El combo sociedad acelerada + curiosidad personal hacen que deje arrinconados proyectos a los que adoro exponerme.
En una de estas, terminé la segunda temporada de la mejor serie en emisión y para cuando quise regresar a ella concluía la cuarta tanda de episodios. Primero me dio coraje, ¡se me pasaron los años libando en otros jardines! Luego resultó mejor: más rato para hacer inmersión en las mierdas floridas de Ava y Deborah.
Con Big Boys cerrada en su tercera temporada, es cabal afirmar que la mejor serie en emisión (y a estas alturas no es osado decir que la serie de la década) se llama Hacks.
Sus mentes pensantes, el tridente compuesto por Statsky, Downs y Aniello, tienen unas trayectorias envidiables, son lo suficientemente jóvenes para escribir con frescura sobre temas de ahora y cuentan con la experiencia precisa para manejar discurso, técnica y tiempos. Demostrado.
La relación insana con trazas de bondad de Deborah y Ava se basa en la verticalidad. La comedianta es altiva, quizá el peor pecado, quizá el único. Una cabrona. Ricachona asquerosa con afán de protagonismo. No se disimula en el guion. Tiene corazón, sí, pero porque esto es arte; aquí no hay villanos absolutos sino matices, capas como el bismuto. ¿Cuántas veces hemos tenido un jefe faltón que era encantador con les niñes?
Ava ha ganado confianza en estos años, ha crecido en pantalla. Ya no es una joven inexperta y sumisa: ha perdido demasiadas veces para no haber aprendido por el camino. Quién no se identifica. Deborah ha bajado un peldaño del pedestal que cree pisar y que (date cuenta) la hace infeliz.
Hay sinergia común pero sobre todo sigue habiendo roces, desencuentros, malentendidos. Putadas. Y ahora son peores: hay familiaridad. Se desdibujan las posiciones.
Estos personajes tienen hondura, mala praxis y, lo fundamental, son unas tías divertidísimas.
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