Leo de nuevo algunas de las cartas que #LuisdelosCobos me envió desde 1994, año en el que está fechada la primera de ellas. Abro los sobres con ese pequeño temblor que sacude a la memoria cuando un tiempo se cierra para siempre y las palabras nos trasladan, sin esfuerzo alguno, al momento en el que llegaron a través del correo, recién escritas.
No había escuchado el nombre de #LuisdelosCobos hasta que #MiguelFrechilla lo pronunció en una de sus clases. Le mostré de inmediato mi curiosidad por estudiar las partituras de su amigo, nacido como él en #Valladolid, y al que circunstancias de diversa índole habían llevado a residir en #Ginebra. Sólo más tarde supe de la enorme fortaleza que constantemente opuso a la adversidad y al dolor.
Ignoro de qué podía yo hablarle, salvo por lo que deduzco de sus respuestas, pero me causaba asombro –y me conmueve ahora- la sinceridad con la que se dirigía a mí, expresándome el urgente deseo de finalizar ciertas obras frente a la enfermedad acechante, o la tristeza producida por la escasa presencia de su música en #España. Todo esto estuvo presente en una conversación, inolvidable, que mantuvimos mientras dábamos un largo paseo por la ciudad donde transcurrió su infancia y juventud. Compró unos juguetes para sus nietos y vi que proyectaba en ellos una idea de felicidad llena de frescura y, también, de alivio y consuelo. Nos despedimos. Nuestra correspondencia fue espaciándose poco a poco y sus posteriores visitas me encontraron siempre de viaje.
Escucho una de sus primeras piezas. Le digo adiós y vienen, sin avisar, dos versos de #JuanGelman: “En mi puerta el sol dora / pasados por venir”.