EROTIZAR LA
#LIBERTAD: CÓMO DESACTIVAR EL DESEO
#FASCISTA. Frente a la fascinación autoritaria y el placer del dominio, la respuesta no está en la moral ni en la obediencia, sino en reaprender a desear la libertad, el cuidado y la comunidad.
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El
#fascismo no se impone solo por la fuerza ni por la propaganda, sino porque promete intensidad emocional en un mundo vacío de sentido. Desde una perspectiva
#anarquista, desactivar esa seducción requiere reapropiar el deseo: liberar el placer de la jerarquía y transformarlo en una fuerza creativa, cooperativa y común.
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El fascismo no es solo una ideología: es una pedagogía del deseo. No se impone únicamente con discursos o símbolos, sino con una forma de sentir que erotiza la dominación y convierte la crueldad en espectáculo. El “nuevo cuerpo fascista” del que hoy se habla no lleva necesariamente uniforme ni brazalete; puede habitar en un tuit agresivo, en un debate televisivo o en la mirada que celebra la humillación ajena. Se deleita en romper las reglas y goza del poder de hacerlo, en una sociedad que ha hecho del desprecio una forma de prestigio.
El fascismo funciona porque promete algo que el sistema liberal ha vaciado de sentido: intensidad. Frente a una vida marcada por la precariedad y la desconexión, el autoritarismo ofrece pertenencia, propósito y emoción. Pero lo hace a través de la violencia: el placer de sentirse fuerte a costa de otros. No se trata solo de un fenómeno político, sino de una economía afectiva. Por eso, no basta con responderle con datos o moralismos: hay que disputar su poder de seducción.
Desde una mirada anarquista, el problema no está en el deseo en sí, sino en cómo ha sido domesticado. El capitalismo y el Estado nos enseñaron a desear la jerarquía, a buscar seguridad en la obediencia o en el control. Redirigir esas energías libidinales implica liberar el deseo de esas estructuras, no encauzarlo hacia nuevas formas de autoridad “benevolente”. El placer no tiene por qué nacer del mando ni del sometimiento: puede florecer en el encuentro libre, en la cooperación y en el apoyo mutuo.
Frente al neoliberalismo que privatiza la vida y mercantiliza incluso nuestras emociones, el anarquismo propone reaprender el goce de lo común. Cocinar juntas, crear colectivamente, cuidar sin permiso: prácticas pequeñas, pero radicales, que desobedecen la lógica del rendimiento y la competencia. Recuperar el placer en la comunidad es también recuperar el tiempo, los afectos y el cuerpo como territorios de autonomía.
Promover el cuidado frente a la crueldad no es volvernos dóciles, sino reapropiarnos de nuestra fuerza. En un mundo que erotiza la violencia, cuidar se vuelve un acto insurgente. Cuidar es resistir al abandono estructural que nos impone el capital; es afirmar que la vulnerabilidad compartida no es debilidad, sino la base de otra forma de poder: la que no necesita dominar para existir.
El desafío no es sustituir una autoridad por otra, sino romper con la fascinación por el mando. Si el fascismo erotiza la destrucción, nuestra tarea es erotizar la libertad. Hacer del placer no un instrumento de control, sino una práctica de emancipación colectiva. Porque solo cuando el deseo deje de buscar poder sobre otros y empiece a buscar vida con otros, podremos desactivar el corazón libidinal del fascismo.
Periódico Extremadura Libre
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