Cuando se cumplen 50 años de la apertura de la primera tienda de Zara, y los medios han empezado a hacer reverencias al genio visionario de don Amancio, conviene recordar, y denunciar, algunas de las claves que le han permitido crear un imperio de la nada.
La mano de obra barata y prescindible ha sido siempre un pilar de su producción. Primero con las cooperativas de costureras gallegas, a las que abandonó cuando le resultó oportuno -provocando el cierre del 90% de ellas- para cambiarlas por factorías en terceros países, de Marruecos a Vietnam o Bangladesh. El rastro, casualmente, siempre lleva a donde la miseria salga más rentable.
Después está la ingeniería financiera, diseñada para evitar pagar impuestos en España, derivando todo lo posible a paraísos fiscales. Es una tónica habitual, ser ensalzado como un ejemplo de emprendimiento patrio, mientras se factura en otro sitio para defraudar a Hacienda. Inditex ha declarado ingresos millonarios en Irlanda, Países Bajos y Suiza, a pesar de que el grueso de sus tiendas están muy lejos de allí. Otra mera casualidad.
Por último, la especulación inmobiliaria, un negocio al que la familia Ortega se ha dedicado para dar salida al capital que acumula. Comprar edificios emblemáticos a precios desorbitados, perpetuando un modelo de negocio que se dispara más y más, y que es visto por otros millonarios, o aspirantes a serlo, como un valor "refugio". Para ellos la vivienda no es un derecho, sino una moneda más que se puede atesorar, controlar e inflar a voluntad.
Puede parecer difícil convertirse en una de las mayores fortunas globales en tan poco tiempo, en especial sin hacer nada turbio, y es cierto, es imposible. Si parece que se comportan como una mafia criminal, es por buenos motivos. La historia de Zara es una historia de explotación y maniobras dudosas, pero que en vez de ser perseguidas, serán enseñadas en las escuelas de administración de empresas.
No deberíamos permitir que las multinacionales vean a la sociedad y a las personas en ella como activos a los que exprimir y desechar. La riqueza del 1% no puede venir de la miseria extrema de la mayoría, y además que ese ejemplo sea celebrado y se anime a imitarlo. Para que unos pocos tengan un megayate o un avión privado, muchos otros no deberían tener que dormir debajo de una máquina de coser.