Relato «El Banquete de la memoria»
Desperté con la suave brisa matutina, acariciándome la piel y recordando este aroma de sidra recién abierta. La casa se llenó de vida desde muy temprano: risas que rebotaban en las paredes, pasos rápidos entre la cocina y el patio, y el rumor de las historias que nunca pasan de moda. La mesa estaba llena de ricos manjares, con platos de fabada, tortos y cachopos, en el centro, una botella de sidrina que parecia saludar a cada comensal.
Familiares y amigos, algunos venidos de lejos, de Madrid, Barcelona e incluso de Andalucía, se acomodaban en torno a la mesa. Entre ellos, los abuelos contaban anécdotas de su juventud, los guajes, así se le dice a los niños o chicos jóvenes en Asturias, jugaban alrededor de la mesa, y los adultos compartían recuerdos de los viajes con nunca olvidaran y aventuras que, con el tiempo, se habían convertido en desventuras divertidas. Había achaques, claro, pero esos malestares se celebraban con humor y complicidad, como parte de la historia que nos une.
Recordamos el viaje a la playa en el que lluvia nos sorprendió, las tardes de fútbol en el campo de al lado, las fiestas del pueblo donde nadie se quedaba sin bailar. Brindamos por los buenos recuerdos, por los que ya no están y por los que siguen aquí, porque cada momento es un abrazo que perdura más allá del tiempo.
Asturias, tierra querida, estaba presente en cada bocado, en cada risa, en el verde de sus prados que se veían por la ventana y en el sabor de la sidrina que nos acompañaba. Las nostalgia también está de celebración y en días como hoy, se convierte en una fiesta silenciosa que nos recuerda que los recuerdos son parte de lo que somos, la esencia que nos hace únicos y nos une para siempre.
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