Comentaba en una entrada anterior que el propósito declarado del Quijote, al menos en teoría, es hacer una parodia de los libros de caballería. Abundo ahora un poco más en esa idea. Así lo indica explícitamente Cervantes en el prólogo de la Primera parte, por boca del amigo que señala que esta obra «es una invectiva contra los libros de caballerías» y que «esta vuestra escritura no mira más que a destruir la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías»; y al final le aconseja a su autor: «llevad la mira puesta a derribar la máquina mal fundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más». Asimismo, al acabar el capítulo II, 74, rematando el discurso de Cide Hamete Benengeli a su péñola, leemos estas palabras, que son las últimas del Quijote: «… no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero don Quijote, van ya tropezando y han de caer del todo, sin duda alguna». En cualquier caso, ya lo indicaba también, el Quijote es mucho más que una simple parodia de los libros de caballerías y, por otra parte, Cervantes demuestra ser un magnífico conocedor de ese género (como demuestran las notas de la muy erudita edición de Diego Clemencín de 1833-1839, que identifica infinidad de referencias a tales obras). Es más, algunos autores opinan que su objetivo no era otro que escribir la mejor novela de caballerías de todos los tiempos. En este sentido, el Quijote sería una parodia y, al mismo tiempo, una síntesis genial que clausura el género.
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