La mayoría "aparenta" comprender la situación de Argentina. Pero ¿qué hacen al respecto? Nada. Permanecen paralizados ante el desafío de fracturar el orden establecido, porque les han inoculado una mentira existencial: que su papel en el mundo se reduce a servir de cimiento al capital, renunciando incluso al derecho básico de reclamar su humanidad.
He ahí la ironía del "parecen" inicial. Quien realmente entiende no contempla - actúa.
La comprensión auténtica es un detonante, no un ejercicio intelectual estéril. Surge de herramientas conceptuales y críticas que la propia urgencia vital forja: cuando el hambre de dignidad supera el miedo a las cadenas, la conciencia se convierte en mandato de movimiento.
Reconocer el problema y no intervenir no es neutralidad - es complicidad activa.
Quien mira la fractura social sin extender la mano para sanarla, quien analiza la explotación sin organizar resistencia, traiciona no solo a su comunidad, sino a la esencia misma de lo que significa habitar un cuerpo político.
La moral aquí no admite matices: o te alzas como sujeto histórico o te reduces a objeto del sistema.
La ecuación es brutalmente simple... conocimiento sin acción es colaboracionismo disfrazado de escepticismo. Argentina no necesita más diagnósticos pasivos. Exige arquitectos de su propio renacer.
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