#cuentosCortos

2025-11-24

La carta que nunca llegó

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Ana tenía diez años y vivía en San Miguel de Allende, un pueblo lleno de calles empedradas, colores vivos y aromas de pan dulce y flores recién cortadas. Desde que su papá, don Ernesto, había tenido que irse a Estados Unidos en busca de trabajo, la casa de la familia Ramírez se sentía más silenciosa. Las mañanas que antes comenzaban con risas y conversaciones, ahora estaban llenas de un eco de ausencia que Ana no sabía cómo llenar. Su mamá, Doña Teresa, y su abuelita Carmen hacían lo posible por mantener la rutina, pero ni los olores del café recién hecho ni los cuentos de la abuela podían sustituir el calor de un padre que ya no estaba físicamente.

Cada mañana, Ana se asomaba por la ventana con la esperanza de ver alguna señal de su papá: un sobre en el buzón de madera que crujía al abrirse, un mensaje de texto inesperado o incluso una videollamada. Pero los días pasaban y nada llegaba. En lugar de frustrarse, Ana decidió convertir esa espera en algo activo: escribir cartas. Y no eran cartas comunes. Eran cartas llenas de dibujos, colores, historias del colegio, anécdotas con su perro Chispa, y hasta pequeños secretos que solo su papá podía conocer. Cada carta era como una conversación con él, una forma de acortar la distancia que separaba su corazón del de don Ernesto.

—Mamá, ¿crees que mi carta le llegue? —preguntó un día mientras doblaba cuidadosamente un dibujo de Chispa persiguiendo mariposas en el jardín.
—Estoy segura, m’hija —respondió Teresa con una sonrisa triste pero esperanzada—. Tal vez no pueda contestarte de inmediato, pero él siempre piensa en ti.

El ritual de las cartas se volvió diario. Ana se levantaba temprano, escribía, dibujaba y después caminaba hacia la pequeña oficina de correos del pueblo, donde el cartero siempre la recibía con una sonrisa.

—¿Otra carta más, Ana? —preguntaba, mientras le entregaba un sobre a la ventanilla.
—Sí, para mi papá —respondía ella, con la certeza de que sus palabras viajaban por los kilómetros y que, en algún momento, él las recibiría.

Pero las semanas se convirtieron en meses, y ninguna carta volvía con respuesta. La incertidumbre empezó a pesar sobre Ana, y la tristeza, como una sombra silenciosa, se colaba en su corazón. Se preguntaba si su papá la había olvidado, si ya no pensaba en ella, si todo aquello que escribía desaparecía en el aire sin encontrar un destino. Por las noches, se abrazaba al osito que su padre le había regalado y escribía en un cuaderno secreto todos sus sentimientos: la nostalgia, la rabia por la ausencia y, sobre todo, la esperanza que se negaba a morir.

Un jueves por la tarde, mientras Ana jugaba en la plaza con sus amigos, vio acercarse al cartero con un sobre grande entre las manos. Era viejo, amarillento, con el sello de Estados Unidos y la dirección escrita con la letra firme de don Ernesto. Su corazón comenzó a latir con fuerza, y antes de que alguien pudiera decirle algo, corrió hacia él.

—¡Es para mí! —exclamó con voz temblorosa.
El cartero la miró y sonrió:
—Llegó tarde, pero llegó.

Ana rasgó el sobre con manos temblorosas. Dentro había una hoja doblada, con palabras cuidadosamente escritas:

«Querida Ana: Cada día pienso en ti, en tu risa, en cómo seguro Chispa me espera para saludarme. No sabes cuánto deseo volver, pero hay cosas que debo arreglar aquí para que nuestra vida sea mejor. No llores, m’hija; te llevo en mi corazón y pronto estaremos juntos. Te amo más que a nada en el mundo. Papá.»

Ana se quedó de pie, sosteniendo la carta, mientras lágrimas de alivio y alegría llenaban sus ojos. Corrió a abrazar a su mamá y a su abuelita, quienes lloraban junto a ella, sintiendo la misma emoción que inundaba a Ana.
—Mamá… ¡me respondió! —dijo entre sollozos—. Siempre me pensó…
—Claro que sí, hija —respondió Teresa, acariciándole la cabeza—. El amor verdadero no desaparece con la distancia.

Los días siguientes, Ana se sentaba frente a la carta una y otra vez. La leía, la releía y hasta copiaba algunas frases en su cuaderno. Cada palabra de su papá se convirtió en un tesoro, y sus dibujos y notas se transformaron en un puente invisible que los unía. Ana comprendió que la distancia física no podía romper los lazos del amor, que la espera también formaba parte del cariño, y que cada carta escrita era un acto de esperanza y fidelidad hacia ese vínculo.

En la escuela, los compañeros comenzaron a preguntarle por qué seguía escribiendo cartas si su papá no estaba. Ana los miraba con ojos brillantes y respondía con firmeza:
—Porque cuando alguien te quiere, la distancia no importa. Aunque no lo veas todos los días, él siempre está conmigo.

La maestra, conmovida por la dedicación de Ana, decidió que toda la clase participara en un proyecto de cartas: cada niño escribiría a alguien importante que estuviera lejos, y hablarían sobre los sentimientos que la ausencia provoca y cómo se puede mantener vivo el cariño a pesar de los kilómetros. Así, la experiencia de Ana se convirtió en ejemplo y aprendizaje para todos.

Una tarde, mientras el sol se filtraba entre las cortinas de su habitación, Ana escribió una nueva carta:
«Querido papá, ya recibí tu carta. Prometo cuidar de Chispa, de mamá y de mí misma, hasta que estés aquí. Te espero con todo mi corazón.»

Sintió una calma profunda y un calor que recorría su pecho. Por un instante, juró escuchar la risa de su papá desde la distancia y ver su sombra proyectada junto a la suya. Esa noche, durmió abrazada a su osito, con una sonrisa tranquila y la certeza de que, aunque la distancia separara cuerpos, el amor los mantenía unidos.

Con cada carta que enviaba y recibía, Ana entendió que la paciencia, la esperanza y la constancia eran formas de amor que trascendían fronteras. Aprendió que los vínculos familiares no dependen de la proximidad física, sino de la presencia del corazón y del esfuerzo por mantener viva la memoria de quienes amamos.

Enseñanza final:
La distancia no rompe los lazos del amor; solo los pone a prueba.

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Niña escribiendo una carta a su papá migrante, en un ambiente cálido y emocional.
2025-11-10

Las flores del recuerdo

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El amanecer del 1 de noviembre llegó con olor a pan dulce y cempasúchil. En la casa de los Ramírez, la abuela Aurora ya estaba preparando el altar. Sobre la mesa colocaba con cuidado las veladoras, el mantel bordado y las fotos de los que ya habían partido. Mientras tanto, Valeria, su nieta de nueve años, miraba desde la puerta, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.

—Ven, mi amor —le dijo su abuela con ternura—, ayúdame a poner las flores.
—No quiero, abuela —respondió Valeria bajito—. No quiero poner nada.

Aurora suspiró. No insistió, solo siguió acomodando los objetos con calma. Sabía que el corazón de su nieta aún estaba lleno de ese silencio pesado que deja la ausencia. Había pasado casi un año desde que su padre, Daniel, murió en un accidente en carretera, y desde entonces Valeria había cambiado. Ya no dibujaba soles con caras felices ni cantaba por las tardes; apenas si hablaba de él.

Esa mañana, en la escuela, la maestra anunció que cada grupo haría su propia ofrenda.
—Queremos recordar a alguien que haya sido importante para nosotros —dijo—. Puede ser un familiar, un amigo o incluso una mascota.
Cuando llegó el turno de Valeria, bajó la cabeza.
—No quiero hacerlo, maestra. No quiero acordarme —susurró.

Los demás niños intercambiaron miradas. Algunos entendían; otros, no tanto. Pero la maestra no insistió. Solo le sonrió y le dijo:
—Está bien, Valeria. Si cambias de opinión, aquí estaremos.

Esa tarde, al llegar a casa, Valeria encontró a su abuela moliendo chocolate en el metate. El olor la envolvió. Sobre la mesa estaban los platos favoritos de su papá: tamales de elote, café de olla y una pequeña botella de tequila.
—¿Por qué haces todo eso si ya no está? —preguntó la niña, casi molesta.
Aurora levantó la vista y le respondió con una dulzura firme:
—Porque sí está, solo que de otra forma.

Valeria se quedó callada. Su abuela le hizo una seña para que se acercara.
—Mira, hija, la muerte no borra el amor. Solo cambia la manera de sentirlo.
—Pero me duele cuando pienso en él.
—Y está bien que duela —dijo Aurora acariciándole el cabello—. El dolor es el eco del amor que todavía vive. Pero cuando lo recordamos con cariño, el dolor se vuelve luz.
La niña la miró con lágrimas contenidas.
—¿Y si me olvido de cómo era su voz?
—Entonces la volveremos a inventar juntas —respondió su abuela—. El corazón también sabe recordar.

Esa noche, mientras ayudaba a su abuela a colocar las flores, Valeria tomó una de las fotos de su papá. Era una donde ambos reían, llenos de harina, después de intentar hacer un pastel.
—¿Puedo poner esta? —preguntó tímidamente.
—Claro, hija —dijo la abuela, sonriendo con los ojos húmedos—. Es perfecta.

Cuando terminaron, encendieron las velas y el altar brilló como si respirara. Las flores parecían arder de color, y el aire se llenó del aroma dulce del pan y el cacao. Valeria se sentó frente a la foto, sin decir nada. Solo la miraba.
De pronto, un soplo de viento cruzó la habitación. Una de las velas titiló, y por un instante, Valeria juró escuchar la voz de su papá:
—Hola, chaparrita. Qué bonito te quedó el altar.

Se asustó un poco, pero luego sonrió. Sintió calor en el pecho, no de tristeza, sino de presencia.
—Te extraño, papi —susurró—, pero hoy no me duele tanto.

Al día siguiente, llevó a la escuela una flor de cempasúchil. Cuando la maestra le preguntó si quería poner algo en la ofrenda del grupo, Valeria asintió.
—Esta flor es para mi papá —dijo con voz firme—. No está aquí, pero sigue conmigo.
Los niños guardaron silencio. Algunos sonrieron, otros se conmovieron. Y Valeria, por primera vez en muchos meses, sintió que podía respirar sin ese nudo en la garganta.

Por la noche, su abuela la encontró dibujando. En la hoja, había un altar lleno de flores, una vela encendida y una figura sonriente con un sombrero de papel.
—¿Es tu papá? —preguntó Aurora.
—Sí, y le puse alas. Porque creo que me cuida desde arriba.
—Claro que sí, mi amor. Los que amamos nunca se van del todo. Solo aprenden a quedarse de otra forma.

Valeria abrazó a su abuela y cerró los ojos. Afuera, el aire olía a cempasúchil y esperanza. Las velas del altar seguían encendidas, como si alumbraran el camino entre los dos mundos.
Esa noche, Valeria soñó con su papá. Estaban en un campo lleno de flores naranjas, y él la tomaba de la mano.
—Ya no llores, chaparrita —le dijo—. Cada vez que rías, cada vez que sueñes, ahí voy a estar.

Al despertar, el sol entraba por la ventana, dorado y tibio. Valeria sonrió y susurró al aire:
—Buenos días, papi.

Enseñanza final:
Recordar a quienes ya no están es una forma de mantenerlos vivos. El amor nunca se apaga, solo cambia de forma.

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Niña frente a altar de Día de Muertos recordando a su papá con flores y velas.
Francisco Araya Pizarrofranciscoarayapizarro
2024-12-18

Miriam Saldaña se encontraba sola en la vieja casa que había compartido con su esposo Ricardo, un hombre que había fallecido de manera abrupta en su última expedición arqueológica al África.

📌 Les invitamos a continuar leyendo - La Máscara De Nyambe - ingresando al siguiente link: escritoresrebeldes.com/2024/10




Francisco Araya Pizarrofranciscoarayapizarro
2024-10-21

Con cada página que pasaba, Miriam sentía que una verdad oculta se le revelaba lentamente ante ella.

Esa misma noche del día que encontró aquella extraña máscara y ese curioso libro...

📌 Les invitamos a continuar leyendo - La Máscara De Nyambe - ingresando al siguiente link: escritoresrebeldes.com/2024/10




Laura Rivas ArranzLarili
2024-10-02

En el ranking de cuentos más leídos en la web en el mes de septiembre....

La niña chica se ha subido a lo más alto y de paso nos deja muy clarito que no piensa tener novio jamás 😑

Diario de la niña chica: no pienso tener novio jamás
laurarivasarranz.com/diario-de

Gabriel Hilsacagabrielhilsaca
2024-08-05

Descubre la maestría de García Márquez en sus cuentos cortos y déjate conquistar por su genio literario. 🌟📚
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gabrieleliashilsacaacosta.blog

Israel Hinojosa-Baliñoishiba@poliverso.org
2024-01-28
2023-07-13

—¿Y ahora qué hace el gigante? ¿Aún pensará en nosotros?
—Espero que no. Nuestras vidas dependen de su mala memoria.
#cuentos #cuentoscortos #cuentosbreves

Koo Ityi Ina 🐊🐾🐆Zigga@mstdn.mx
2023-07-12

Dijo: Tu casa es un sueño.
Y seguí durmiendo.
#cuentoscortos

Koo Ityi Ina 🐊🐾🐆Zigga@mstdn.mx
2023-07-06

=Gefalca=
(Nanocuento)
Esta es una historia de dos seres geniales, cuyo destino fabuloso estaba entrecruzado desde antes. Habían esperado desde un tiempo infinito y originario. Era la red que los atrapaba: el tiempo alucinante. Habían vencido el sino catastrófico y ahora volaban libremente, porque sus alas eran hojas de libros.
#nanocuento
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Zigga-CC-BY-SA

Arianne Zaragozaarioctubre
2023-07-04

“Te amo, nunca lo olvides”- me dijo, pero parece que a quien se le olvidó fue a él.

Barbara Amaromiabogadoenlinea
2023-03-01

Cuando le salió la carta de La Muerte, no sintió pánico, sino alivio. -Al final, es la carta que nos sale a todos, ¿no?- dijo a la tarotista, sintiendo cómo toda su ansiedad se disipaba con esa epifanía

2022-11-21

👋 | #presentación | 📚👇
Vengo a compartir historias y buscar otras nuevas, conocer personas que les guste escribir o leer (idealmente manga). En mi tiempo libre escribo #cuentoscortos sin final, intentos de poesía y #cortoscortosmuycortos ✍️📝
👉 instagram.com/escriboavecesgra
🌎 Aparte de eso trabajo community manager y copywritter nómade 📇🏔🏝🛤

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