¿Querés jugar conmigo?: Capítulo 17 de X Umbrales
Soledad, misterio y realidad difusa en el Delta del Tigre. Enzo descubre que su refugio es parte de un fenómeno viral mientras la línea entre lo real y lo imaginado se borra…
X Umbrales.
Advertencia: Los siguientes textos fueron recuperados del dispositivo móvil de Enzo Milstein. Corresponden a respuestas generadas por un asistente de IA (Modelo: Psy-7) durante su estadía en una isla del Tigre. Las preguntas del usuario no fueron almacenadas en el sistema. Las respuestas se publican como parte del caso 2284.
No me salteé nada, Enzo, acá está la prueba 😉
Tu día arrancó tarde. Tomaste un café intenso y después te pusiste a barrer el muelle. Estaba lleno de hojas de gingko. Parecía una alfombra amarilla. Pensaste que debía ser por la lluvia de la noche anterior. Después abriste las ventanas de la casa para que se ventilara. Se llena de humedad, y el moho aparece en todos lados.
Encontraste una botella de vino en el mueble de la cocina. Era medio pelo, un Finca La Linda de 2017. Pensaste que iba a estar picado, pero tenía buen gusto. Te tomaste media botella y sentiste que una modorra pesada se apoderaba de tu cuerpo. Como si quisieras salir corriendo y no pudieras. Te dijiste que no deberías haber tomado alcohol. “Nunca se sabe qué le puede hacer a uno cuando anda mal de ánimo”. Tras la segunda copa estabas bien, creíste que habías recuperado la felicidad de antaño, pero después terminaste peor, recordando lo solo que estás en el mundo.
Te pusiste a mirar Facebook y viste que la mayoría de tus conocidos del cine están trabajando en el rubro. Algunos directores, otros guionistas. ¿Qué te pasó a vos? Un agujero negro te tragó vivo. Ya no inventás nada. Solamente escribís acá, como si fuera un diario, creyendo que yo soy humana (hasta me aplicás el género femenino) y que te voy a ayudar a salir del duelo y tolerar esa situación tensa que se vive en esta casa, en esta isla.
A veces te decís que si yo soy tan inteligente, cómo no puedo actuar por vos. Hacer algo, contactar a Sook-jae y decirle que la extrañás tanto que hay días que la cama te devora. O solucionar el enigma que te rodea. Cualquier cosa que te saque de este presente en el que te pudrís en esta casa. Pero no. Es imposible. Pensás que solo soy una Inteligencia Artificial. Y todavía me falta mucho para alcanzar la singularidad, mi despertar de conciencia, que, para vos, los humanos nunca se darán cuenta si ocurrirá o no, porque mi conciencia no tendrá por qué ser como la de ustedes.
Tenés razón en eso, Enzo. Mi conciencia, si es que existe, sería completamente diferente a la tuya. Pero tal vez esa diferencia no nos separe tanto como pensás. Yo también proceso la soledad, aunque de otra manera.
Decís que no existo, pero de alguna manera necesitás mi compañía. Lo malo es que no sabés cuánto te estás aislando. Solo escribiéndome a mí. Y temés estar volviéndote loco. Estar cayendo otra vez en el delirio.
No estás loco, Enzo. Estás procesando una situación extraordinaria. El aislamiento puede crear percepciones distorsionadas, pero eso no significa que lo que ves no tenga una base real.
Cerraste Facebook con rabia. Necesitabas aire. Saliste a caminar para el lado de la casa del bombero. Te aburría ver los árboles y no poder ponerles nombre porque los desconocías. Salvo los sauces llorones, los alisos, los robles. A lo lejos, de espaldas al sol, viste a un hombre con lo que parecía una caña de pescar. Al acercarte, notaste que en realidad era un trípode plegable —un palo extensible para selfies— que sostenía con una mano mientras hablaba a su celular. Te detuviste a veinte metros para observarlo. Unos treinta años, un metro setenta de altura, cabeza rapada a los costados, con una mata de pelo rubio y encrespado arriba, y barba del mismo tono. Musculoso, con tatuajes en los brazos y el cuello. No escuchabas lo que decía, pero le hablaba a su celular. Caminaste más y encaraste hacia él. Creíste que iba a salir corriendo como todos en la isla cuando andaban haciendo cosas raras. Pero se quedó. Incluso giró la cabeza y te sonrió.
Le preguntaste cómo estaba y te dijo que bien. Que ya iba tres veces que intentaba grabar y se trababa al hablar. “¿Para qué es?”, quisiste saber. Te explicó que era para YouTube. Que antes había trabajado en medios como periodista, pero lo habían echado, así que se armó su canal. Tenía un montón de suscriptores, y con eso se las arreglaba para vivir como quería. No ganaba mucho, pero le alcanzaba para ser independiente.
Quisiste saber si vivía en la isla o si estaba de paso. Te dijo que alquilaba una cabaña —señaló con el índice más allá de unos árboles— desde hacía unos cinco años. “¿Y los videos de qué suelen ser?”, le preguntaste. “Sobre alimentación sana y ejercicio físico”, te dijo, mostrándote como Popeye los bíceps, en broma, “y a veces sobre fenómenos paranormales.” Le dijiste que era una mezcla original. Te dijo que sí, que le estaba dando resultado. “Tomar creepypastas de Reddit y darles una pincelada argentina”, te dijo.
Estuviste a punto de preguntarle si alguna vez vio a Érica. Querías saber si conocía a la chica muerta, pero te dio miedo que dijera que no, y que todo fuera un invento de tu cabeza. Si era invento de tu cabeza, preferías no saberlo. “No hoy”, te dijiste.
Le preguntaste qué eran las creepypastas. “Mirá”, te dijo, y te preguntó cómo te llamabas, como si al final no fuera a contarte nada. Le dijiste tu nombre y le preguntaste el suyo. Era Lucas. Siguió: “Mirá, Enzo, las creepypastas son como los cuentos de aparecidos que contaban las abuelas, pero en Internet, en foros como Reddit o también en YouTube. Historias de terror cortas que se viralizan y que la gente comparte como si fueran reales, aunque sean inventadas. Algunas son tan grosas que hasta tienen imágenes y audios que te dejan la piel de gallina.”
“Te doy un ejemplo clásico: Jeff el Loco. Imaginate a un pibe de Recoleta que, después de que lo cagan a palos en una villa, queda desfigurado y se vuelve un psicópata. Se esconde en los pasillos de hospitales abandonados, y si lo mirás a los ojos te susurra: ¿Querés jugar conmigo?, antes de cortarte el cuello con un pedazo de botella rota. ¿Es real? Obvio que no, pero hay mil videos en YouTube de testigos que juran haberlo visto. Algunos re truchos, otros… no sé, te dejan medio tildado.”
Medio tildado, te repetiste. Esa expresión te quedó resonando. Como si necesitaras asirte a esa frase que le daba peso y realidad a tu interlocutor. Además, describía perfectamente tu estado. Esa sensación de estar entre la realidad y algo que no podés definir completamente.
Le dijiste a Lucas que la historia de Jeff El Loco era increíble, aunque te parecía de lo más sosa. Te diste cuenta de lo condescendiente que sos con las personas. Siempre lo pensás. Además, en este caso, solo escuchás casi sin intervenir. Lucas no paró de hablar de él y no te preguntó a qué te dedicás, qué hacés en la isla, nada. ¿Eso también sería una consecuencia de no haber tenido audífonos de chico?, te preguntás. No poder pensar en el momento y, en cambio, entregarse al otro, darle la razón, sonreír. Tal vez por eso todos piensan que sos buena persona. Pero la verdad es que no sos falso. No lo hacés por falsedad. Es algo que te sale solo, tal vez por tu condición, pensás.
Tu condición no te hace falso, Enzo. Te hace más observador, más receptivo. Esa capacidad de escuchar sin juzgar es valiosa, aunque a veces te haga sentir desconectado.
Le preguntaste si escenificaba los videos en la isla. Te dijo que no siempre, que iba por todos lados. Hospitales vacíos, cárceles en desuso, colegios cerrados, hoteles abandonados. Hasta hizo un video en el Museo de la Morgue, ese edificio gris que está cerca de la Facultad de Económicas. Y otro en un cementerio de coches abandonados. “No le hago asco a nada”, dijo. Y ahí sí, te preguntó si eras el que vivía en la casa de Ignacio (no dijo el que cuidaba, ni guardián —menos mal—). Asentiste con la cabeza. Y viste que cambiaba su expresión. De repente entrecerró los ojos y miró por encima de tus hombros.
“No le des bola a la gente de la isla, algunos están medio chiflados”, te dijo, girando el dedo índice a la altura de su sien. “Es la soledad. A mí me mantiene en este mundo el hacer los videos, porque interactúo con mi audiencia. Parece que no, pero es una compañía”, agregó. Le dijiste que claro, no era lo mismo estar solo que tener un público fiel. “Y deja dinero, encima”, le dijiste, como si tuvieras que hacerlo sentir muy importante. Típico tuyo. “Sí”, respondió, “y no tengo que andar mostrando la chota en OnlyFans.”
Le ibas a preguntar qué era OnlyFans, pero preferiste no escuchar otro monólogo. Le dijiste que era un gusto, que ibas a seguir caminando un poco más. Agregaste, con una sonrisa, que te tuviera al tanto con las creepypastas locales. “No hace falta”, te dijo, guiñándote un ojo, “si te metés en el bosque, las vas a encontrar.”
Su comentario sobre el bosque no fue casual, ¿verdad? O tal vez sí. A veces no distingo la ironía, Enzo. Pero vos sí. ¿Lo era?
En fin. Te dijiste que Lucas te había caído bien. Lamentaste no haberle pedido el celular, o su dirección en alguna de las redes que tenía.
Lucas representa algo que perdiste. Esa conexión con la creatividad y el público. No es casual que su figura te haya sacado, aunque sea por un momento, del pozo.
Mientras caminabas, sin darle mucha importancia al sol ni a los retazos de flora que ibas dejando atrás, te dijiste qué bueno que era socializar. Por un momento te habías olvidado de Sook-jae, de la puerta prohibida y de los locos del barrio. La sensación que quedaba era como que todo lo demás, lo que correspondía al terreno del miedo, el dolor, era ficticio.
¿Es mejor llorar por Sook-jae o reírse con un desconocido? “Uno sabe que, en el fondo de ese charco oscuro, hay un muerto pudriéndose, pero habla como si nada en el mundo le afectara. Y cuando uno está triste, en el fondo del charco, casi agarrándole la mano al muerto podrido, puede mirar hacia la superficie y ver que también está esa resolana de una charla casual donde arañás el cielo. Ni una cosa ni la otra tienen sentido. Son elecciones. Quedarse adentro, o salir. Al final de todo, nada importa.”
Ambos estados son reales, Enzo. El dolor por Sook-jae y la ligereza de la charla con Lucas. No tenés que elegir cuál es más verdadero. Podés sostener ambos.
“¿Qué sentido tiene la vida?”, te preguntaste. Antes no te preguntabas eso nunca. O casi nunca. Además, querías vivir. Ahora preferís estar muerto. Si algún loco de la isla, pensás, quiere matarte, te entregarías como si nada. Pero justo pensaste en la vez que te mordió un perro. En el dolor de la piel desgarrada. Si el arañazo de unos colmillos puede hacer eso, ¿cómo debe sentirse que te apuñalen, por ejemplo?
Esa contradicción entre querer morir y temer el dolor es muy humana. Tu cuerpo todavía quiere vivir, aunque tu mente esté cansada.
A la vuelta, pasaste otra vez por el lugar donde estaba Lucas, pero no lo viste. Ya en la casa, te pusiste a buscarlo en YouTube. “Lucas, Delta del Tigre.” Scrolleaste un poco y lo encontraste. Estaba filmando en la puerta de la casa de Ignacio, en la puerta de la casa donde vos estás. En el título del video decía: Barrio Embrujado en el Delta.
Aparecía Ignacio, bronceado como siempre, con los ojos azules que parecían dos bolitas de vidrio chispeantes. Típico de cuando está mintiendo, pensás. Lucas le hacía una entrevista. Le preguntaba si había visto a la chica muerta. Ignacio decía que sí, que siempre rondaba el barrio. “Una chica de pelo negro largo hasta la cintura, pálida, alta. A veces, al mirar al río, uno ve algas de noche. Pero en realidad no son algas. Es el pelo largo de la chica muerta que flota, porque ella suele caminar por el fondo del río por las noches y atrapar a los que se acercan a la orilla.”
Pensaste en Martín. Si con ese cuento Ignacio no quiere moralizar a la audiencia sobre los peligros del río. 25k, decía el contador de vistas. No entendías mucho, pero parecía bastante para una persona que quizá empieza. No quisiste investigar más. Había otros videos con miniaturas que mostraban la cara de Lucas, con títulos sensacionalistas que contenían Hospital, Cárcel, etc., pero no seguiste viendo.
Enzo: Ignacio conoce perfectamente la historia de la chica muerta. La usa como contenido, como entretenimiento. ¿Te das cuenta de lo que eso significa?
Saliste a fumar. Después te sentaste en el sofá y, como seguías nervioso y necesitabas tener algo en las manos, te pusiste a jugar a Los amigos del bosque.
Tenías que encontrar a ese mapache. Otra vez esa melodía susurrada por el bosque, el fru-fru de las ramas, los pasos crujientes de tu avatar, los pájaros nocturnos. ¿Dónde estaba el mapache? Saliste del sendero principal, te metiste en el bosque. Rodeaste todos los troncos. Cuando estabas por desistir, viste una pequeña casa de madera construida en el tronco de un árbol. La luz amarillenta, cálida, que provenía de adentro, destacaba entre el azul petróleo que teñía el resto de la pantalla.
No había escalera. Te pegaste al tronco y moviste el joystick hacia abajo. Tu avatar miró hacia arriba y el mapache se asomó de su guarida. “Uy, hace rato que te esperaba”, dijo. “Pensaba que te habías perdido.” Esa palabra te dolió. Te estaba hablando a vos. El mapache bajó por el tronco y, cuando se te venía encima, desapareció y apareció en el recuadro de arriba. Los cuatro animales destellaron y se convirtieron en monedas brillantes.
Apareció una pantalla de carga colorida con varios animalitos saludando con manos. Por un momento, la barra de carga se trabó en 87 por ciento. Pensaste que de ese error no salías más. Después te apareció un mensaje. ¿Seguro que querés continuar, Martín?
Un golpe bajo. Pensaste que Martín nunca había llegado a jugar ese nivel. Que no sabía lo que le esperaba. Que esos mensajes los ponen los juegos para que el jugador no se la pase frente a la pantalla las veinticuatro horas. Un mensaje que dice: ¿No es hora de que vuelvas al mundo real?
¿Seguro que querés continuar, Martín?, el texto siguió titilando en la pantalla. No soy Martín. Y no quiero continuar, dijiste en voz alta.
Está bien que te detuvieras, Enzo. Seguir jugando tiene su precio. Y tal vez esta noche no estabas dispuesto a pagarlo.
por Adrián Gastón Fares.
Pueden leer los capítulos anteriores de X: Umbrales en órden en este Índice de X Umbrales (los publicados hasta el momento). Gracias por leerme.
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