226- Diciembre de 1988
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Generalmente al final de cada año, -aunque solo sea mentalmente-, solemos hacer un balance de lo ocurrido en los últimos doce meses. En ocasiones es positivo, en otras negativo, pero independientemente de eso, siempre hay sucesos que pueden destacar (por lo que sea), y que quedan impregnados en nuestro recuerdo. Momentos que nos devuelven a situaciones vividas y asociadas con la alegría, tristeza, o incluso la reflexión. Y hoy quiero compartir contigo algo que me ocurrió hace casi cuatro décadas, pero que sigo recordando cada diciembre por éstas fechas.
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Unsplash Hola que tal ¿Cómo estás? Soy Carlos Vitesse y te doy la bienvenida a una nueva entrega de Bitácora Mental.
Éste 2024, en lo personal no ha sido diferente a otros años. Ha tenido “de todo”, y eso normalmente implica haber vivido momentos de los mas variados, aunque con el estrés como protagonista principal, y palabra representativa que engloba mucho de lo ocurrido, que uno siente como importante. Obviamente cada persona es un mundo, y si nos vamos a cuestiones mas generales, por ejemplo en cuanto a sucesos en España, creo que todos conocemos grandes desgracias que han sido noticia este año, y que ahora mismo no tienen sentido comentar aquí. Del mismo modo, tampoco hacer un análisis personal, eso sería incluso una falta de respeto, ya que solo estando en la piel de cada uno, puede entenderse el grado de preocupación, sufrimiento, o alegría, que pueda estar viviendo el involucrado.
Por eso no voy a hacer un balance público de mi 2024, aunque si tuviera que referirme a algo tan específico como éste podcast, diría que no estoy contento, sobre todo con lo ocurrido a partir del verano hasta hoy, porque apenas he publicado un episodio al mes. Me está costando muchísimo, y no hay excusas de ningún tipo. No es que haya perdido interés, es que no estoy “fino” por varios asuntos, y cuando eso ocurre, tengo claro que me afecta mucho mas negativamente que a otros creadores, capaces de grabar y publicar incluso en momentos muy complicados. Pero no quiero irme por las ramas, así que -aunque parezca lo contrario y transitando un fade out– la intención es continuar con este podcast, y normalizar la publicación a partir de enero. Momento en el que pretendo hacer algún pequeño cambio, porque de mantenerse la situación actual, no tendría sentido, ni futuro.
Así que mientras llega ese momento, y en este esfuerzo para romper la inercia y compartir algo en el cierre de este 2024, me ha venido a la mente un recuerdo, que resulta recurrente por estas fechas cada año. Intentaré ser breve, porque además es solo una anécdota mas, y no quiero generar ninguna expectativa con lo que voy a contar, porque todo se reduce a algo muy simple, y al final lo entenderás. Pero no quería dejar pasar la ocasión, porque igual te sirve para tenerlo en cuenta, y cerrar el año sin un sobresalto innecesario, así vamos con ese recuerdo de fines de diciembre de 1988.
Por un tema puntual, esa noche estaba de regreso a casa mas tarde de lo habitual, y al otro día tocaba trabajar, con lo que ya estaba preocupado a cuenta, porque si bien la juventud me permitía algún margen de maniobra, no era menos cierto que acostumbrado a rutinas “saludables”, robarle alguna hora al sueño se iba a notar, porque estar en pie a las 6 AM o poco mas, exigía haber recargado bastante bien “las baterías”. Pero como digo, no era algo habitual, solía irme a la cama de forma responsable cada noche, y además vivía con mis padres, garantía total de rutinas y recordatorios verbales, de que los días laborables eran cosan seria.
Fue así que consciente de que se me había ido el tiempo, en una mirada rápida al reloj del coche, pude comprobar que casi marcaba la 1 AM. En ese momento entré a mi garaje silenciosamente, aparqué, y luego hice el camino habitual por el fondo de la casa hacia el otro extremo, donde se encontraba el garaje de mi padre, que ese si conectaba con el resto de la propiedad. Desde allí accedí a la cocina sigilosamente, -como corresponde a gente civilizada y respetuosa-, aunque a pesar de ello, fui detectado por “el dueño de casa”, al que rápidamente percibí mas alerta que de costumbre.
En aquellos tiempos, y sin móviles para comunicarnos “con los nuestros” en cualquier momento y circunstancia, si tenías que avisar algo estando en la calle, había que tirar de teléfono público, o el de algún sitio donde uno estuviera. Ese día no había nada que avisar, porque antes de salir ya había dicho que probablemente regresara un poco mas tarde de lo habitual. Por eso, el hecho de que mi padre me recibiera con cara de preocupado, me llamó la atención, y rápidamente supe el porqué.
Tenía un mensaje importante para mi, y me dijo que sobre las 11 PM había recibido una llamada de alguien que me buscaba, para decirme que dos amigos habían tenido un accidente con el coche, y que habían sido ingresados de urgencia. La persona no se identificó, pero mencionó quien iba al volante, y probablemente al no encontrarme, no abundó en mas detalles, y colgó.
Al escuchar el nombre de mi amigo (el conductor) la sensación fue horrible. Había estado con el por la tarde, y me había mostrado un coche de segunda mano que acababa de comprar. A ambos nos gustaba mucho el automovilismo, y todo ese mundillo, con lo que estaba orgulloso de su potente máquina, que en realidad era un coche de carreras “disfrazado” de calle, porque tenía muchos elementos de competición, al haber sido utilizado por un piloto de Rally, para preparar algunas carrera de ese año.
El problema era que personalmente y en mas de una ocasión por aquellos días, había comprobado que cuando mi amigo se ponía al volante de cierto tipo de coches, eran éstos los que lo llevaban, y no al revés. Eso me preocupaba bastante, porque atravesábamos esa etapa de la juventud en que la estupidez suele tener indeseable preponderancia sobre el sentido común y otras cuestiones. Con lo que al recibir la noticia, sabiendo que esa noche iba a salir de fiesta, y quien lo acompañaría, se estaban materializando todos mis temores en el peor de los escenarios.
Tras las palabras de mi padre, y sin mas información que esa, confieso que me quedé un momento pensando que hacer, pero inmediatamente le dije que se quedara tranquilo, que volvería a salir y que seguramente no regresaría hasta la mañana. Pero que en todo caso le haría una llamada temprano. Por tanto, que se fuera a la cama cuanto antes, no fuera cosa que se despertara también mi madre, porque ahí si íbamos a tener una madrugada complicada.
Con esa parte del asunto resuelta, me quedé unos minutos en la cocina, analizando por donde empezar, porque no sabía como dar con mis amigos. Pensé en llamar a la casa del que conducía, pero teniendo en cuenta que me habían avisado a mi, que era de su total confianza, y mas de una vez le sacaba las “castañas del fuego”, lo mas probable es que sus padres no estuvieran al tanto. Además su progenitor era del tipo que no comulgaba con “modernidades”, le gustaba mucho tener el control absoluto de todo, y solo le satisfacía escuchar aquello de “Señor, si señor”, con lo que hacer una llamada de madrugada un día de semana, y para preguntar si estaban al tanto de lo ocurrido, era una estupidez digna del libro Guinness de los récords.
También pensé en comunicarme con la familia de quien iba de acompañante en el coche. Sus padres eran mucho mas -digamos- modernos, solían acostarse mas tarde, y con ellos tenía una relación cercana. De todas formas camino a la 1:30 AM no era tampoco buena idea ser portavoz de un hecho desgraciado del que no tenía detalles, y que si ellos desconocían, mas que ayudar estaría fomentando el caos. Por tanto también descarté esa llamada.
Finalmente pensé en un tercer amigo que vivía muy cerca de casa, y con el que estábamos todos siempre juntos. Pero dada la hora, y las características temperamentales del jefe de familia -que hoy tendría una etiqueta a fuego muy concreta-, consideré que ese contacto inesperado a intempestivo, seguramente sería mucho peor que en el caso de mi primer opción de llamada.
Tras éstas “deliberaciones” silenciosas, decidí volver a sacar el coche, y ver si había algún movimiento fuera de lo normal en el barrio. Pasé primero por la casa de mi amigo mas cercano, y estaba todo apagado y en silencio. Seguí camino hacia el domicilio del dueño del coche, y allí pude comprobar que la situación era similar. Inmediatamente después me acerqué hasta la casa de quien iba de acompañante, y todo se veía normal. Cada familia tenía su rutina, y yo las conocía bien. Sabía qué vehículos estaban aparcados en la puerta, que luces utilizaban cuando había gente despierta, que persianas cerraban por la noche, y mas detalles que inequívocamente marcaban el hecho de que todos estaban en casa, y se habían ido a la cama con normalidad (al menos los padres).
En vista de lo anterior, decidí ir directamente al primer hospital donde pensé que los podrían haber llevado tras el accidente. Y ahora mismo no recuerdo si recorrí dos o tres, pero sin ningún resultado, yendo de un sitio a otro, como pollo sin cabeza. En el último, y después de haberme recorrido mas kilómetros por la ciudad que un taxista a doble turno, cansado de preguntar a recepcionistas en urgencias, enfermeros, y personal del mas variado, viendo mi desesperación, la última persona con la que hablé intentó ver si se le ocurría algo para ayudarme, y se quedó un momento a mi lado. Yo le seguía preguntando en que otro sitio podría continuar la búsqueda, mientras pensaba que quizá tendría que ir a la policía, algo que no había hecho porque no quería perder mas tiempo, ya que la llamada de alerta había ocurrido hacía varias horas. Fue entonces cuando este muchacho -que la verdad no recuerdo si era enfermero, médico, o un administrativo mas que estaba de guardia aquella madrugada-, como si hubiera recibido una de esas verdades reveladas que te atropellan el pensamiento, me dijo: “no te habrán hecho una broma por el día de los inocentes”? Y me quedé petrificado, pensando si aquello podía ser posible, si alguien a quien yo conociera, podría ser capaz de tal bajeza moral.
Un par de segundos mas tarde, le agradecí a esa persona por intentar ayudarme, y me despedí, abandonando aquel pasillo oscuro con pasos titubeantes, entre familiares de personas que habían tenido accidentes y que estaban siendo atendidas allí, o habían sido ingresadas de urgencia por diferentes motivos. Y fui caminando una vez mas en busca del coche, dándole vueltas a lo que me acababan de decir.
Era una locura, pero tampoco lo podía descartar, porque yo jamás lo haría, pero dentro de mi grupo de amigos, -aunque no en el mas cercano-, había una persona del tipo de esas que te pueden sorprender, y no siempre para bien.
Teniendo en cuenta esto, y con todas las opciones abiertas, me pareció buen momento para dejar de visitar centros médicos, y moverme en la nueva línea de investigación que me habían propuesto. Como dije, era un día de semana, pero a fines de diciembre, momento en que mucha gente estaba de vacaciones y había fiestas varias. Decidí entonces probar suerte poniendo rumbo hacia la costa, en busca de una discoteca a la que concurrían habitualmente mis amigos, y que sabía esa noche estaría abierta.
Rato y kilómetros después, conseguí aparcar cerca de aquel sitio. Aquello era un mundo de gente, obviamente inmersa en un ambiente totalmente distinto al mío, que continuaba pensando en la alta probabilidad del accidente, por lo que con cada minuto “desperdiciado”, sin saber la verdad, el sufrimiento aumentaba.
Los alrededores de la discoteca parecían una concentración de esas que aparecen en los periódicos, y pasan a la historia. Recordemos que en el hemisferio sur, las Navidades y fin de año son en verano. Y si a eso le sumamos un sitio bailable frente a la playa, casi es tontería describir la escena.
Me acerqué a la puerta, y cuando me tocó el turno de enfrentarme a los porteros, intenté convencerlos de que me dejaran entrar para ver si mis amigos estaban dentro. Les expliqué la situación, pero teniendo en cuenta que esta gente atiende a todo tipo de público, y a ciertas horas mas de uno incorpora en su cuerpo cosillas que los hacen muy locuaces y creativos, mi argumento para entrar gratis, no les convenció. Les pedí quehicieran venir a la puerta a algún supervisor, porque estaba hablando en serio, y sería su culpa si me hacían perder mas tiempo del debido. Por suerte se comunicaron con alguien que tenía autoridad dentro, y se acercó a la puerta. En ese momento le expliqué porqué estaba allí y que además era cliente, aunque no asiduo, que conocía el local, sabía donde buscar y saldría rápido.
Seguramente las horas que llevaba dando vueltas y mi cara de desesperación, terminaron por convencer a aquella persona, que finalmente autorizó mi entrada, diciéndome que entrara y saliera rápido, porque me tendrían en el radar. Afirmando que así lo haría, apenas dentro me fui hacia la zona del bar, di una vuelta por los alrededores, y teniendo en cuenta lo lleno que estaba aquello, fue casi un milagro porque poco después encontré a los “accidentados”. Cuando me vieron no entendían absolutamente nada, porque esa noche yo no tenía previsto ir a ese sitio ni con ellos ni solo, y así se los había hecho saber por la tarde cuando nos vimos. Y con la música a todo volumen, la gente que no paraba de apretujarnos para poder pasar, y las luces mareantes que eran un atentado público a la salud a la hora de saber donde pisabas en un sitio con varios desniveles, -gesto mediante-, les pedí que me siguieran hasta la puerta de salida, que tenía que hablar con ellos.
Un momento después, los porteros comprobaron que la historia que les había contado no tenía aderezos alucinógenos, y solo quería encontrarlos. Una vez alejados algunos metros del punto caliente de la entrada, les conté todo lo ocurrido, y mi periplo por la ciudad en las horas anteriores buscándolos desesperado, convencido de que habían tenido un accidente feo, y que estaban en alguna camilla de hospital, vaya a saber en que estado de salud.
Me miraron incrédulos, y en ese momento liberé todas las tensiones y emociones que había reprimido durante esas horas. Nos fundimos en un gran abrazo, y mas tranquilo, les dije que tuvieran mucho cuidado en la vuelta a casa, porque no eran de los que salían de fiesta y tomaban agua mineral. Así que nos despedimos, y fui en busca del coche una vez mas, entre aquel mar de olas espumosas, y las olas humanas transportadas en cuatro ruedas, que se agolpaban en los alrededores.
La vuelta a casa fue tranquila, a velocidad de dominguero jubilado, escuchando música suave, pensando sobre lo ocurrido, y que me había quitado un gran peso de encima.No recuerdo exactamente a qué hora terminé metiéndome en la cama, pero eran próximo a las 4 AM. Una noche entre sábanas que iba a ser muy corta, pero teniendo en cuenta como había ido la cosa, eso era lo de menos, porque el final feliz lo compensaba todo.
Y de eso se trata en estas fechas, de que las cosas vayan bien, por lo que te deseo Muy Feliz Navidad, que tengas un excelente fin de año, que comiences 2025 de la mejor forma, y que en el nuevo año se cumplan todos tus deseos. Pero para que así sea, es importantes que pongas de tu parte. Si bebes no conduzcas, cuídate, y no bajes la guardia el 28 de diciembre, no sea cosa que tu también conozcas a uno de esos tontos, que te puede hacer pasar una mala noche.
Y si a esta altura te preguntas… ¿Qué fue del autor de la llamada? Te puedo decir que este asunto -para mí- se terminó con aquel abrazo, eso era lo importante. Nunca supe quien había sido, ni tampoco lo pregunté. Confieso que sí, estuve un tiempo atento por si había alguna pista, o se le escapaba algo a alguien. Pero nunca mas se habló del asunto, yo no quería que el “chistoso” tuviera ninguna información de lo ocurrido tras su llamada y lo mal que lo había pasado, no quería darle ese gusto. Así que aproveché todo aquel episodio, para filtrara aun mas y mejor, a que personas permitía acceder a mi círculo de confianza.
Y hasta aquí el Bitácora Mental de hoy, muchas gracias por tu tiempo al leer o escuchar este contenido, y te espero en la próxima entrega, que ya será en 2025, así que… Feliz Año!
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