227- Cabreo Real
https://open.spotify.com/episode/6dQYuGMmqHQqqolRMJq9zk?si=b6f36a6a6ce8461c
Apreciado lector… ya estamos en 2025, y esperando hayas comenzado el año -como se suele decir, con “el pie derecho”, quiero aprovechar para reiterarte mis mejores deseos, de que tengas un excelente año, en el que se cumplan todas tus expectativas.
Y si hablamos esperar algo con mucha ilusión, por éstos días hay una importante parte de la población, que tiene esos sentimientos a flor de piel. Me refiero principalmente a los niños, que sin duda estarán contando las horas para la llegada de los Reyes Magos, portadores de juguetes, en respuesta a esas cartas ilusionadas que los mas pequeños habrán escrito -incluso con ayuda de sus padres-, diciendo que se han portado muy bien, y describiendo en ellas aquello que les gustaría recibir de sus majestades, en estas fechas.
Y teniendo en cuenta todo esto, quiero aprovechar para contarte brevemente un recuerdo que me vino a la mente, sobre un día de Reyes bastante lejano en el tiempo, pero -spoiler-, no va de regalos ni juguetes.
Photo by Robert Thiemann on
Unsplash Hola que tal ¿Cómo estás? Soy Carlos Vitesse y te doy la bienvenida a una nueva entrega de Bitácora Mental.
Como acabo de decir, lo que te quiero comentar hoy, no tiene como protagonista el recuerdos de juguetes, o regalos recibidos un seis de enero. Se trata de un momento muy puntual ocurrido hace muchísimos años, y lo comparto porque el detalle que mencionaré puede que le sirva a alguien. Fue un momento con toda la inocencia del niño de aquellos días, y seguramente inesperado para mis padres.
Siempre he creído que lo mas bonito de las cosas es desearlas, porque en el momento que las consigues, ya sea por ti mismo, o al recibir un obsequio, -al menos en mi experiencia- comienza otra etapa, y esa sensación de euforia permanente se va desvaneciendo rápidamente, transformándose en pasado. El deseo tiene una fuerza tan espectacular, que te mantiene viviendo un cóctel de emociones tan especial y de forma sostenida, que la concreción de ese deseo, muchas veces no es capaz de mantener, mas allá de “un suspiro”.
Pero para no irme por la ramas, entrando en cuestiones que no vienen al caso ahora mismo analizar, te cuento lo ocurrido un seis de enero, que ubico temporalmente en el epílogo de los años 60s. Por aquellos días, vivía con mis padres en una casa que no era grande, y mas bien sencilla, pero había sido construida poco tiempo antes sobre un terreno muy amplio, con lo que su estado era muy bueno. Tenía techo de tejas a dos aguas, y disponía de dos dormitorios y 1 baño. La cocina era abierta con un pequeño comedor, y al costado hacia el fondo tenía una habitación multiuso, donde igual podías lavar y tender ropa si hacía mal tiempo, como reunirte con amigos y jugar sin problemas, aunque fuera lloviera a cántaros. Y por último, hacia el frente daba el estar, que se usaba muy poco y tenía una estufa a leña, que no recuerdo haber visto jamás encendida. Pero hablar de eso, sería entrar en explicaciones demasiado complejas, y no es el momento.
Tengo que decir que siempre me han cautivado las estufas a leña. Ver el fuego devorando la madera, con esos crujidos típicos que hipnotizan e invitan a contemplar la escena, sobre todo en invierno. Por cierto, aquella casa no tenía sistema de calefacción alguno, salvo lo que acabo de mencionar, pero que estaba digamos “vetada” en su uso.
Como había mencionado antes, la parcela era grande, y de ella, como fondo utilizábamos apenas los primeros metros, donde había una especia de tejido valla, que servía de frontera entre la parte en la que yo jugaba, y aquel territorio casi virgen, en el que había algunos árboles frutales y tierra para plantar lo que apeteciera para consumo doméstico, algo que en momentos puntuales se llevaba a cabo.
Finalmente, la propiedad en la parte que daba a la calle, tenía un jardín alargado, con césped y alguna decoración que lo hacían “dominable”, a la hora de tener prolija la propiedad, a la vista de los vecinos y familiares. Por aquel entonces estaban muy de moda los enanos de jardín, y en aquella casa teníamos uno muy bonito, que parecía haberse escapado de la película “Blanca Nieves”. Era bastante grande, y en una de sus manos sostenía un farol cuadrado, como si fuera iluminando el jardín, al abrirse paso en la noche.
Y llegó la tardedel 5 de enero del año en cuestión, momento en que alertado por mis padres, cumplí una tarea que me habían dicho era de vital importancia para recibir a sus majestades en la madrugada del seis. Con lo que consciente de la importancia de causar una buena impresión, y que eso ayudara aun mas para que los Reyes Magos me dejaran lo que había pedido, fui en busca de un balde pequeño de playa que tenía dentro de mis juguetes, y con el me puse manos a la obra, literalmente,- cortando césped para alimentar a los camellos.
El balde no quedó lleno, pero estaba satisfecho, y lo llevé dentro de la casa al estar, dejándolo dentro de la base de la chimenea, que como dije no se usaba, por lo que no había restos de leña, ni fuego. Pero quien llega con hambre, también suele tener sed, con lo que fui en busca de un segundo balde, que aunque también pequeño llené de agua a consciencia, en un grifo que teníamos en el propio jardín cerca del enano, y que se usaba obviamente para regar todo el frente.
Contento con mi labor, aquella noche me fui a dormir tranquilo, porque los Reyes Magos iban a poder descansar un poco en nuestro estar, y dar de comer a sus animales, teniendo en cuenta el arduo trabajo que tendrían, visitando a tantos niños en sus casas.
Y como suele suceder a esas edades, levantarse muy temprano voluntariamente, era algo que no solía suceder, salvo un seis de enero, cuando parecía que un despertador interno te expulsaba de la cama, para que pudieras ser el primero en ver como se habían portado Melchor, Gaspar y Baltasar.
Y de aquella mañana, confieso que no recuerdo absolutamente nada mas allá de acercarme a la chimenea, y comprobar que los Reyes Magos habían hecho la deseada visita a mi hogar. Pero resulta que los camellos no habían comido lo que les había dejado, y tampoco habían bebido agua. Y eso fue lo primero que les dije a mis padres, que quedaron bastante descolocados, porque toda mi atención estaba en lo que no había ocurrido, en vez de centrarme en los regalos que había en aquella habitación. Y seguramente fui bastante insistente en aquel momento expresando mi decepción, porque recuerdo que intentaron convencerme de que seguramente los animales se habrían alimentado en otro descaso por el barrio. Pero mas allá de sus intentos, yo seguía mosqueado, y no por haber estado cortando césped y cargando el agua inútilmente, sino porque tenía la ilusión del “buen anfitrión”, con lo que estaba casi “ofendido” porque habían estado, no habían comido ni bebido, y aquello no me gustó nada de nada. Y por mas extraño que parezca, con todo el tiempo que ha pasado desde aquella mañana de fines de los sesentas, ese es el recuerdo que tengo. Ni idea de que ocurrió, y si sus majestades me trajeron lo que les había pedido, aunque no tengo dudas de que hubo juguetes, y tras el fiasco, me lo habré pasado bien.
Y para finalizar, la moraleja: nunca se sabe lo que puede pasar por la cabeza de un niño, y en ocasiones sus intereses y distracciones pueden ser inesperadas. Por tanto, si eres papá o mamá, nunca está de mas controlar algunos detalles.
Desconozco si en 2025 todavía hay niños que dejan comida y bebida para los camellos, o ya estamos en la etapa en la que llegan en scooter con una aplicación de móvil, en la que aparecen las direcciones de los niños que se han portado bien. Pero sea como sea, conviene poner atención en esas pequeñas cosas que llevan al éxito total, en un momento de gran ilusión para toda la familia. Hay que procurar evitar que la experiencia pueda derivar en situaciones como la que acabo de comentar, donde aquellos regalos, las expectativas sobre ellos, y mi esperada reacción, quedaron relegadas inesperadamente por un detalle menor. Al punto de que como mencionaba antes, casi 6 décadas después el recuerdo de ese día sigue siendo únicamente del cabreo con los camellos, lo que no deja de ser en cierta forma jocoso, y a la vez probablemente una de las primeras experiencias de vida personales, donde uno comienza a aprender que el dinero, no compra la felicidad.
Y hasta aquí el Bitácora Mental de hoy, gracias por tu tiempo al leer o escuchar éste contenido, y te espero en el próximo.
Puedes escuchar Bitácora Mental #Podcast en cualquiera de éstas plataformas y aplicaciones:
También en Ivoox
Aquí tienes el Feed del podcast.
Puedes seguir Bitácora Mental en:
Mas sobre Carlos Vitesse en:
Twitter | Mastodon | Facebook | Instagram | YouTube | Threads | Bluesky
#6DeEnero #DíaDeReyes #Magos #Majestades #Reyes #ReyesMagos