Convertir una historia cerrada que funcionó en una saga es un salto mortal. Lo bueno de Knives Out es que se beneficia del género negro (o gris) al modo clásico: juega con las posibilidades infinitas de cruzar personajes y escenarios como quien idea un puzle (y sin el como) desde dos ejes comunes a las tramas: el propio género y un protagonista conocido, de modo que este universo whodunit se va renovando mientras se asegura dos puntales que le dan cercanía.
La por ahora trilogía de Rian Johnson fue un golpe de frescor en 2019, al debutar. En su primer estiramiento (2022) flojeó al retorcer -o contorsionar- demasiado la trama, aparte de querer desvincularse de la película precedente dentro de un escenario -acristalado- tan radicalmente distinto que olía a marcianada. De entre los muertos corrige los puntos de fuga de Glass Onion y vuelve a mirar a la cara a la primera entrega.
Siguiendo la máxima "pueblo pequeño, infierno grande", Wake Up Dead Man se vale de una comunidad pequeña, con tintes góticos, para desarrollar una historia llena de sentido, disfrutable y con denuncia social.
Que el protagonismo esté más repartido que nunca entre Blanc y el curilla-boxeador (sienta de lujo a la historia que el bueno de Benoit tarde en aparecer y se preste a tener un neófito Watson) regenera la saga. Y, aunque sobran personajes (lo siento por Scott y Spaeny), también amplían posibilidades los secundarios más devotos.
Al metraje le ocurre como a los personajes: pide un recorte. Aunque gracias a eso Blanc llega más político que nunca como la voz de la razón, como hombre de ciencia abierto a empatizar con el prójimo, y Johnson aprovecha para denunciar nuestros usos de las herramientas digitales y la erosión social que provocan, así como pone de manifiesto la fina línea entre ser devoto y compinche, un pene y un cohete espacial.
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