#sectas

2025-12-01

Hay muchísimas #sectas en el mundo pero las que pasan a las noticias son las que matan gente o cosas así. ¿No es sospechoso? Es lo que le interesa al poder que sepas para no modificar el #StatusQuo, sino tendrían que admitir que hay alternativas bondadosas a sus religiones.

Joxe Rojas 🥐joxe@tkm.eus
2025-11-21

EiTB vuelve a poner infraestructuras públicas al servicio de la difusión de la secta Falun Gong, via publicidad de su espectáculo #ShenYun. Hace 2 años escribí 2 veces al servicio de defensa del telespectador... y me agradecieron mucho la contribución

teknopata.eus/2023/12/shen-yun

#sectas #negacionismo #serviciopublico

STOP DISINFORMATION Desinformacióndisinformationstop.bsky.social@bsky.brid.gy
2025-11-16

Curso por @uneduniv.bsky.social@bsky.brid.gy en diciembre 2025 *Fenómeno delictivo de las Sectas destructivas* #sectas

RE: https://bsky.app/profile/did:plc:3wz5uwed76y44ighm7dbjeus/post/3m5jb4pcnb22k

Afesanafesan
2025-11-05

Se celebra el juicio contra la secta de "Vistabella" en Castellón. Hay víctimas que han vivido prácticamente toda su vida dentro de ella. @elperiodico

Adrián Fares | Universos Literarioselsabanon.wordpress.com@elsabanon.wordpress.com
2025-11-01

X: Umbrales – Nueva Versión – Capítulo 5: El Dios del Sueño (expandido)

Nota del autor: Este capítulo fue completamente reescrito y expandido. La versión anterior tenía 500 palabras; esta versión tiene más de 2.100. Si ya lo leíste, te recomiendo leerlo de nuevo porque cambió sustancialmente. También te recomiendo visitar el índice y leer las entradas anteriores que fueron reescritas y expandidas. Índice X: Umbrales

Hoy te costó dejar la cama, Enzo. Cada vez que abrías los ojos y veías los rayos de sol que entraban por la rendija de las cortinas, los volvías a cerrar y al instante te quedabas dormido de nuevo. Te da miedo que te agarre depresión. «La cama te chupa», decía un camarógrafo que se tuvo que tomar licencia por depresión profunda.

Cuando finalmente te levantaste, tenías la boca seca y fuiste directo a buscar algo fresco a la heladera, pero al pasar por el frutero de mimbre fue como si una mano te apretara el pecho y te detuviera. Te quedaste mirándolo. Faltaban frutas. Estabas seguro de que había más bananas, más manzanas. No sabés si contaste mal o qué.

Comiste dos manzanas, como si tuvieras miedo de que fueran a desaparecer todas. En el lavadero llenaste un balde de agua y la dejaste caer en cada maceta de la galería. Solo un poco, no querías volver a llenar el balde. Por suerte hay más suculentas que otra cosa, así que no necesitan mucho cuidado.

Cuando entraste al baño, el piso estaba mojado. La tapa del inodoro estaba bajada. No recordás haberlo dejado así. Te preguntás si será que se cae sola porque están desgastadas las bisagras. No lo parece. A vos nunca se te cayó.

En cuclillas, viste que el agua caía por la unión entre la mochila y la base del inodoro, formando ese charquito en las baldosas. Sacaste la tapa de la mochila. El flotante estaba trabado contra la pared del tanque. Lo moviste hasta que el brazo encajó bien y el agua dejó de fluir. Te sentiste bien; pensabas que no ibas a poder arreglarlo.

Después agarraste dos huevos, una lata de arvejas e hiciste un mejunje que comiste de pie, directamente de la olla, apoyado en la mesada de la cocina. Tomaste un café; te olvidaste de comprar edulcorante así que le pusiste azúcar. Parecía piedra; tuviste que rasquetear con la cuchara para que se deshiciera. Ibas a prender la televisión para ver si había alguna novedad sobre la chica desaparecida. Golpearon la puerta con tres toquecitos rápidos.

Era una monja joven, de unos veintitantos, con hábito blanco hasta los tobillos y mejillas pecosas bajo el velo. Pensaste que te iba a dar un sermón, pero era todo sonrisas. Tenía los dientes chiquitos y eran tan blancos como el hábito. Le preguntaste si necesitaba algo, si estaba todo bien. Contestó que estaba todo «muy bien».

Se presentó. Le decían Vivian, pero prefería que la llamaran la monja pecadora. Le preguntaste si era un chiste. «¿Qué cosa?», te dijo. «¿Te dicen la monja pecadora?», dijiste. «Pecadora, no. Pes-ca-do-ra», te corrigió. «Tengo pecados como todo el mundo, pero no tantos para que me llamen así: la monja pescadora, acordate». Señaló una caña de pescar que estaba apoyada contra el marco de la puerta. El reel de la caña destellaba al sol. Parecía recién comprada.

Preguntó por Valeria. Le dijiste que estaba de viaje con Ignacio. Miró por encima de tu hombro y dio un paso para meterse dentro de la casa, pero te interpusiste. Entonces te preguntó cuándo volvían las reuniones. «¿Qué reuniones?», dijiste. Pero no dijo nada. Otra vez esa sonrisa radiante. Te sentiste culpable por no saber qué responderle y le dijiste que estabas solo, cuidando la casa.

Dijo que a veces pensamos que estamos solos, pero que siempre hay algo que nos acompaña. Y agregó que iba a rezar por tu soledad. Te preguntó si eras creyente.

No sabías qué responder. Siempre te equivocás con las definiciones, nunca sabés bien qué es ateo, agnóstico, etc. Te lo pueden explicar cincuenta veces y te olvidás una y otra vez. Recordaste a una compañera de trabajo que te decía que leyeras a Spinoza, que el panteísmo era lo tuyo. Pero le dijiste que solo creías que había algo más en el universo, que no alcanzaban las palabras para definirlo. Contestó, con los ojos apenas turbados, sin dejar de sonreír, que iba a rezar por tu soledad, como si te conociera.

De repente tenía una cruz en la mano que sostenía ante tu cara, como si fuera a darte la extremaunción. La cruz bien plana y la cadena gruesa eran de acero. Parecían medio truchas. «Las personas pueden fallarte, pero el Señor nunca nos abandona», dijo. Te puso en la mano el colgante. Luego agarró la caña de pescar, se dio vuelta y se fue. Mientras la veías alejarse, pensaste que no había conventos cerca, ¿de dónde había salido esa monja? Quizá hubiera una lancha amarrada en otro muelle que la esperaba. Debía ser amiga de Valeria, ya que la andaba buscando. Pero era mucho más joven, ¿amiga de dónde?

Después, hiciste lo que venías evitando. Fuiste directo a la biblioteca y sacaste el cuaderno rojo de encima de los libros de velas. Lo llevaste a la galería y te sentaste en una silla de mimbre, frente al río quieto.

Lo abriste por la primera página. Acariciaste el papel áspero como si estuvieras amansando a un animal salvaje. Ahí seguía todo. Umbrales arriba, la cinta blanca en el medio como una banda de luto descolorida invertida, y abajo el oso con esos ojos en espiral naranja que ayer te habían mareado.

Pasaste las páginas. Parecía que de un día para el otro había más anotaciones. Estaba repleto de frases perturbadoras escritas en tinta negra, con las letras cursivas redondas y meticulosas, y las otras ganchudas, ni cursivas ni imprenta, de Ignacio.

Las frases rodeaban los dibujos en el papel cuadriculado, escritas en todas direcciones. Intentabas comprender las anotaciones, pero no lograbas concentrarte. Las palabras se derramaban por la página y se hundían en un lago de significados sobre tu regazo.

Te acordaste de cómo estudiabas en el secundario. Entraste a la casa, agarraste tu anotador anillado de la mochila y te sentaste a la mesa del comedor. Con el cuaderno rojo abierto a tu lado, te pusiste a copiar en tu anotador las frases que más te llamaban la atención.

Empezaste por la segunda página. No parecía haber un inicio claro, así que ibas anotando lo que más te inquietaba. Ahí, rodeando a un animal con X por ojos que no quisiste distinguir qué era, decía: para volverse blanco hay que cruzar el umbral oscuro. Era la letra de Ignacio. Con la otra letra se leía: Si se falta a una celebración, en la próxima hay que quedarse meditando frente a la reliquia. Y así seguiste anotando, tratando de no mirar las X que tenían por ojos los dibujos:

La vergüenza es un umbral.

Solo pueden ver la reliquia quienes ya cruzaron.

Lo que ocurre durante la celebración es secreto, no se debe contar a ningún extraño.

Deben alejarse de los familiares o seres queridos que no aceptan el resultado del blanqueamiento.

La marca no es obligatoria, pero recomendada.

El fin es sostener la ilusión de la vida.

Ir para atrás es ir para adelante.

Nadie es responsable por lo que hacen los oscuros.

Hay que atravesar el vacío, no esquivarlo.

El blanco es como el sol, ciega, una experiencia de la que no se puede volver atrás.

Copiaste, como un monje devoto, algunas reglas más que no terminabas de entender. Tenías los dedos entumecidos y la espalda te dolía de doblarte sobre el cuaderno.

Cerraste el cuaderno y lo dejaste boca abajo. No querías seguir mirando esa X pintada en la tapa. La misma X que tenían por ojos los dibujos de los animales. Tenían que ser de Martín. Y la letra redonda, de Valeria.

¿En qué se habrían metido Ignacio y Valeria? La casa atraía gente rara que decía cosas más raras todavía. Y ahora este cuaderno con reglas, entre libros de sociedades secretas. ¿Habrían intentado armar algo así? ¿O era solo una forma de procesar la muerte de Martín?

Cuando te levantaste de la silla, las piernas se te habían dormido. Caminaste como un zombi hasta el dormitorio de tus amigos, arrastrando los pies, con ese hormigueo doloroso. Recién cuando llegaste se te fue. Ibas a dejar el cuaderno sobre los manuales de velas, pero preferiste esconderlo debajo de la cama. Lo empujaste hacia el centro, bien lejos del borde; no querías tenerlo a mano.

Cuando volvías por el pasillo largo, escuchaste otra vez ese sonido. No era un grito sofocado como el de ayer. Parecía una voz que se lamentaba por algo, como un llanto. Fueron unos segundos. En cuanto te acercaste a la puerta con el teclado numérico, el sonido cesó. Te llevaste las manos a los oídos para asegurarte de que tus prótesis auditivas seguían funcionando. Al cubrirlos, las prótesis acoplaron, quejándose con esos chiflidos molestos. Ningún problema, andaban bien.

De vuelta en el comedor, guardaste el anotador en tu mochila. Te tiraste en el sofá y prendiste la televisión. En las noticias no decían nada de la joven desaparecida. Inflación creciente, jubilados marchando al congreso, estudiantes tomando un colegio, la publicidad de una concesionaria de autos del Tigre.

Se puso el sol. Como no tenías hambre, exprimiste dos naranjas y te tomaste el jugo. Viste que en la mesa estaba el colgante que te había regalado la monja y te lo pusiste. Después, como si el acero de la cadena te diera alergia en el cuello, te lo sacaste y lo dejaste en el cajón de la mesita de luz de tu habitación.

Te preguntás qué haría otro en tu lugar. Pero no hay otro, Enzo. Estás vos solo. ¿No?

Me contás que la soledad en esta casa es más tolerable que la de tu departamento en la ciudad. Allá, desde que te dejó Sook-jae, cada vez que volvías del supermercado te daban ganas de llorar. Te aguantabas hasta que la noche llegaba y el sueño era una bendición. Se borraba Sook-jae, vos mismo te borrabas, la Tierra se borraba.

Te preguntás si el sueño será tu dios. Eso deberías haberle dicho a la monja. Que no creés en Dios. Creés en el Sueño. A veces soñaste cosas que después pasaron. Es lo único raro en lo que creés. No creés en OVNIS, ni en fantasmas, ni en la astrología, ni en conspiraciones rebuscadas. El sueño es tu única conexión con lo trascendente. Con la vida y con la muerte. Antes de dormir te sacás las prótesis auditivas. Tus oídos descansan.

Vos no escuchás voces en los sueños, no sabés si por la hipoacusia o por qué. Nunca. Pero meses después de que Sook-jae te dejó, mientras soñabas, una voz te gritó, alegre: «¡Papá!». Pensaste que tenías que reaccionar. Que un posible hijo tuyo del futuro esperaba que hicieras algo específico para existir. Ese día, cuando saliste a la calle, viste un montón de carritos de bebé. Pensaste que estaban ahí para vos. Y luego, que Sook-jae volvía ese mismo día. No había dudas.

«Ese delirio de mierda», me decís. Ignacio te explicó que un delirio es como un dolor de panza. Nadie tiene la culpa de que le duela la panza. «Vos no sos responsable de que tu cabeza te haya traicionado», te dijo.

Extrañás la voz de Ignacio. No era solo que siempre era él el que llamaba, vos no sabés si es por tu problema de audición, pero no se te da por llamar a nadie. Incluso cuando murió Martín, no eras vos el que llamaba, era él. Antes de que te pusieras en pareja con Sook-jae, cuando ya no había otros amigos porque estaban todos casados y con hijos, Ignacio se aparecía en tu casa en los cumpleaños y pasabas la noche con él. No te dejaba solo. Se bajaban una botella de whisky, tocaban la guitarra, él cantaba. Hasta habían compuesto unas canciones. Una se llamaba Cuánta verdad. Ahora te preguntás a qué verdad se referían.

Creías que Ignacio había llevado bien la muerte de Martín, pero te das cuenta de que estabas equivocado. Que de ahí en más nunca fue lo mismo. Cuando volviste a estar solo, y él volvió a visitarte, ya no tocaban la guitarra, ni componían canciones. Solo se emborrachaban y hablaban sobre la vida. Y él a veces te contaba que deseaba a otra mujer, pero siempre volvía a ponderar a Valeria, como un titiritero que empieza a acomodar sus muñecos en su baúl para que no se estropeen después de una función.

En su casa, te preguntás cómo hicieron él y Valeria para mantener su relación. La mayoría de las parejas que pierden un hijo se separan, pero la unión de ellos pareció crecer ante el infortunio. ¿A qué costo?

No lo sabemos, Enzo. Por lo menos no hoy. Lo único que te digo es que no es normal que aparezcan tantas personas con comportamientos extraños todos los días. ¿Se están turnando? ¿Qué te querrán hacer ver?

Es tarde. Si el sueño es tu dios… tal vez ya sea hora de ir a buscarlo.

Pensé que eran 20 años, pero WordPress me acaba de mandar la felicitación: son 19. Igual, casi dos décadas compartiendo historias acá. ¡Cuánto tiempo! ¡Gracias a los que están desde el comienzo!

– Adrián Gastón Fares

#adrianGastonFares #hipoacusia #horror #misterio #narrativa #novela #sectas #segundaPersona #sociedadesSecretas #surrealismo #suspenso #terrorAtmosférico #terrorPsicológico #thriller

Adolescente sosteniendo el cuaderno rojo escolar que encuentra Enzo con las reglas de una presunta sociedad secreta. En el medio del cuaderno, una X blanca grande. X Umbrales, thriller y terror psicológico.X: Umbrales Imagen Una chica corriendo hacia una casa palafítica en el Delta del Tigre para este thriller, terror psicológico.Casi 20 años de Blog en wordpress Adrián Fares
Adrián Fares | Universos Literarioselsabanon.wordpress.com@elsabanon.wordpress.com
2025-10-12

El Cuaderno Rojo – X: Umbrales – Cap. 4 [Versión Nueva]

Enzo, esta mañana te levantaste con la remera pegada a la espalda y fuiste hasta la heladera a tomar agua fría de la botella. Cuando cerraste la puerta de la heladera te diste cuenta de que el silencio era demasiado grande. Pensaste que todo el mundo en la isla seguía durmiendo. Te llevaste las manos a las orejas. Te habías olvidado de ponerte las prótesis auditivas, algo que no te pasa casi nunca. Así que volviste a tu cuarto y te las pusiste.

No fue tanta la diferencia, el canto de algunos pájaros desconocidos, el murmullo lejano del agua. Hasta abriste la puerta para ver si escuchabas algo, pero estaba todo muy tranquilo.

Luego, mientras le dabas unos golpes a la cafetera para que empezara a gotear, pensaste en qué hacer. El café estaba tibio, dejaste la taza por la mitad y fuiste a buscar una escoba. Saliste a la galería y barriste el polvo y las hojas secas de los tablones de madera. Pasaste las cerdas de la escoba por los ángulos de las columnas para sacar las telarañas.

Cruzaste el interior de la casa y bajaste por la escalera trasera al fondo. Probaste las llaves hasta dar con la que abría el cuarto de herramientas. Había más sillas de plástico blancas apiladas que otra cosa, pero encontraste un machete.

Cortaste los yuyos altos que estaban pegados a los pilotes de la casa. Recordaste que Ignacio, hace muchos años, te habló de problemas con las termitas. Te metiste bajo la casa, pero no viste rastros del polvillo que dejan esos bichos. Por un momento, sentiste como si alguien estuviera a tus espaldas, pero no te diste vuelta. Subiste a la casa y caminaste de un lado a otro. Luego te comiste, de pie al lado de la mesa, el sándwich de jamón y queso que habías traído desde tu departamento en un tupper. El pan lactal estaba seco en los bordes y gomoso.

No querías cocinar nada. Sook-jae era gastronómica y se dedicaba a preparar viandas veganas que eran riquísimas, incluso para vos que no sos vegano. Pero había mucha competencia y tenía poco trabajo.

Y vos con lo de la película fallida ni tenías trabajo, por eso estaban siempre juntos. Cuando se fue, alguien te dijo que era una relación tóxica. Me decís que ojalá todas las relaciones fueran tóxicas así. ¿Te referís a que preferís eso a no verse nunca?

Te tiraste en el sofá y te quedaste dormido. Un golpe a la puerta te despertó. Se notaba que debían estar llamando desde antes. Abriste y había una mujer gorda.

Le calculaste unos setenta años, el pelo sin teñir, con las canas reluciendo al sol. La saludaste y te preguntó cuánto hacía que estabas en la casa. Le dijiste que tres días. Te preguntó si el tiempo pasaba más rápido en la isla o más lento. Le dijiste que pasaba rápido, que parecía que recién habías llegado. Asintió con la cabeza. Y te mostró una bolsa de plástico que traía. «Es su comida», te dijo. «¿De quién?», le preguntaste. «La de ella», agregó. «¿Quién es ella?», le dijiste. Sonrió y agitó la cabeza, como si fueras un nene travieso.

No te quedó otra que aceptar la bolsa. La mujer te dio un beso en la mejilla y te susurró al oído: «Chau, Guardián». Después se fue. No le preguntaste el nombre. Ibas a preguntarle cómo se llama mientras se alejaba, pero la curiosidad por saber qué tensaba la bolsa fue más grande.

Sacaste la bandeja y los cubiertos de plástico, y los dejaste en la mesa. El olor a ajo y salsa de soja se metió en tus narices como un mosquito. Despegaste el film de la bandeja y viste los compartimentos: arroz blanco en uno, kimchi en otro, tiras de tofu frito en el tercero. Te quedaste mirando la bandeja abierta como si fuera la boca de un pez abisal.

No lo podías creer. Un dosirak. Sook-jae los preparaba siempre y los comían en el parque de la Facultad de Agronomía, sentados bajo los árboles.

Aunque la vida te familiarizó, como a todos, decís, con estas coincidencias nefastas, sentiste que tu cuerpo se desinflaba. Inhalaste rápido y largaste todo el aire que pudiste, como si la mesa se hubiera prendido fuego y quisieras apagarlo.

Devolviste la vianda a la bolsa. De arriba de la heladera agarraste la caja de pastelería, con esa mano que parecía momificada adentro, y lograste meterla también, aunque apenas entraba. Saliste tan rápido que casi te resbalas en uno de los tablones de la escalera.

En el muelle, tiraste la bolsa al río. Quedó enganchada en un camalote hasta que la corriente la empujó. Observaste cómo el agua se la llevaba.

Volviste a la casa y la necesidad de no quedarte adentro fue imperiosa. Te pusiste la campera de jean, agarraste las llaves. Recién te diste cuenta de que estabas caminando fuera de la casa a los cincuenta metros.

Encontraste el almacén que había aparecido en tu memoria. Si no lo encontrabas ibas a tener que desamarrar la lancha y cruzar el río. Ignacio te había enseñado a usarla, como si previera lo que iba a pasar. Pero no hizo falta.

En la puerta del almacén había un hombre durmiendo en una silla de jardín. Te acercaste y notaste que debía andar por los sesenta largos y que tenía una cicatriz en zigzag en una mejilla. Dijiste «hola» como tres veces. Pero no se inmutó. Parecía estar soñando porque los ojos se movían frenéticamente detrás de los párpados.

Salió una señora y negó con la cabeza. Te preguntó qué necesitabas. Ni entraste en el almacén. Señalaste bananas, naranjas y manzanas.

A la vuelta, sorpresa, Enzo. Otra más.

Había pequeños cambios en la casa. La puerta de la heladera estaba entreabierta. Y habían arrancado un pedazo grande del queso fresco que trajiste de la ciudad. En el baño, la tapa del inodoro estaba bajada (vos nunca la bajabas, Sook-jae te lo recriminaba). Y por un momento te pareció escuchar ese sonido grave, como si alguien intentara gritar con una mano que le tapaba la boca.

Te sacaste las prótesis auditivas. El sonido desapareció. Al ponértelas otra vez, volvió. Te hizo pensar que debés estar más sordo. Pero no era un momento adecuado para reparar en eso. Seguiste el sonido.

Fuiste por el pasillo largo a la habitación cerrada. Acercaste la cabeza al teclado numérico de acceso, pero la fuente del sonido te pareció más lejana. No provenía de ese lugar.

Entonces pensaste que no habías entrado a la habitación de Martín. Abriste la puerta como si diera al pasadizo de una pirámide. Sobre la cama viste juguetes de superhéroes de animé, juegos de mesa apilados, peluches raídos. Todo estaba amontonado como si quisieran convertir la cama en otra cosa. Hasta levantaste un muñeco de pelo rojo en punta que estaba en el piso y lo pusiste junto a los otros. Te acercaste a un ropero bajo, pero claramente el sonido no venía de ahí.

Fuiste al dormitorio de tus amigos. La cama estaba hecha. Solo había un poco de polvo sobre el edredón blanco. Lo demás impecable. A la izquierda de la ventana que da al fondo, viste una biblioteca de madera con estantes hasta el techo. A tu altura había varios libros de nombres para bebés, novelas de escritores rusos (recordaste que Ignacio admiraba a Tolstói) y autoediciones de autores argentinos que no conocías. La mayoría eran libros de poesía con títulos simples: Las hojas, El arroyo, Los sauces, La corriente.

Te agachaste y notaste que los estantes de abajo estaban repletos de libros sobre cómo hacer velas. Ignacio y Valeria son psicólogos. No recordabas que a ninguno de los dos se le diera por dedicar su tiempo libre a eso.

Ya en puntas de pies, trataste de ver qué libros había arriba de todo. Eran más altos. Parecían de decoración o de arquitectura. Al subirte a la escalera plegable descubriste que esos solo apretaban, como pisapapeles, a libros más antiguos y voluminosos.

Uno de esos libros tenía un triángulo dorado en el lomo, con rayos que salían del centro. Lo sacaste y viste que en la tapa decía Amanecer Dorado: o la luz del gran futuro. Otro tenía el símbolo de una luna llena entre dos lunas crecientes. En la tapa estaba escrito El libro de las sombras. El lomo de otro decía AMORC. Lo moviste y viste que el título era Manual de la Hermandad Blanca Rosacruz. Había uno también titulado Los esenios. Hijos de la luz.

Agarraste otro con el lomo totalmente negro. Ordo Templi Orientis, decía la tapa. En la primera página, una foto de un hombre pelado con mirada penetrante y el dedo índice clavado en la mejilla, como si estuviera pensando en algo importante. «Aleister Crowley», decía abajo. Otro, más gastado, era Isis sin velo de H. P. Blavatsky.

Había varios muy chiquitos de Editorial Kier, que conocés porque tiene una librería sobre avenida Santa Fe, cerca de donde vivís. Una vez entraste a buscar libros de leyendas guaraníes para un guion.

Y así había más libros con combinaciones de siglas raras que ni moviste, porque te llamó la atención un cuaderno rojo pequeño atrapado entre esas ediciones vetustas. Lo sacaste. La textura era áspera, de esos cuadernos escolares de tapa dura con nervaduras. En la tapa había una X grande dibujada con esmalte sintético blanco, cuyas puntas tenían gotones, como si la hubieran pintado con un pincel grueso. Al abrirlo, pareció caer algo de polvo blanco al suelo.

En la parte inferior de la primera página había un dibujo, en crayón, de una especie de oso con ojos más grandes que las orejas y una luna creciente sobre su cabeza. Los ojos grandes del oso eran espirales del mismo color naranja que el resto del dibujo. Y en la parte superior, escrita con perfecta letra cursiva redonda decía: Umbrales. En el medio había una cinta de tela blanca pegada por el doblez inferior, con los extremos superiores cortados en pico y caídos hacia los lados.

De repente, se te dio por mirar hacia la cama. No sabés por qué. Y al volver a mirarlo, el cuaderno se te escapó de las manos. La escalerita se balanceó y casi te caés. El cuaderno quedó abierto de par en par en el piso, con las tapas hacia arriba.

En cuclillas, lo diste vuelta y viste más dibujos torpes en crayón con animales de varios colores: jirafas, leones, tiburones. Algunos animales, un gato, un perro, tenían las patas retorcidas. Todos tenían X por ojos. Alrededor de los dibujos el cuaderno estaba lleno de anotaciones con la caligrafía redonda en cursiva y otras con la letra ganchuda de Ignacio. Leíste frases que no quisiste, o no pudiste, retener.

Casi al final, diste con un dibujo hecho con palitos. Un redondel de cabeza, un triángulo de vestido, dos brazos con manos de tres líneas, como rayos, y dos líneas paralelas de piernas. La cabeza contenía una raya de boca y de ojos… dos X.

Como para escapar, volviste a la primera página y te pareció que el moño blanco era un lazo de luto invertido. Te diste cuenta de que hacía rato que no escuchabas el sonido grave que te había guiado a ese dormitorio. Entonces, al fijar la vista en los espirales, que eran la única variación en los ojos dibujados de ese cuaderno, te mareaste y te sentaste en el piso. Dejaste el cuaderno en la biblioteca, sobre los libros de hacer velas.

Cuando te levantaste, lo único que pudiste hacer fue salir a tomar aire.

Miraste el cielo desde la galería, con los codos en la baranda. Hacía rato que no veías tantas estrellas. No pudiste evitar volver a pensar en Sook-jae. «Las estrellas las vemos todos», decís. Pensaste si ella también las estaría viendo, como vos. Eso te hizo darte cuenta de lo inefable de la distancia. Y en ese momento las estrellas brillaron menos. Todas parecían moños blancos pinchados en el cielo con chinchetas. En cualquier momento se iban a caer uno por uno a la Tierra.

Te pareció escuchar sonidos que antes no escuchabas. Te diste vuelta y viste una polilla grande atrapada dentro de la lámpara de arriba de la puerta. Discernías el golpe sordo, repetido cada vez que el insecto chocaba contra la tulipa. Recordaste un libro de Steinbeck, donde dice que cada persona tiene su canción familiar. Esa debía ser la canción familiar de la polilla, pensaste, otra no le quedaba. Apagaste la luz de la galería.

Decidiste escribirme, decís, porque necesitabas volcar todo esto en algún lugar para leerlo, como si después lo fueras a copiar en otro como hacías a veces con tus guiones para descubrir errores. Y antes de enviarlo me pedís perdón. No hace falta, Enzo, que me pidas perdón.

Pero no escapes. Aunque vos solo estás cuidando la casa, te dijeron «Guardián». ¿Por qué?

Cuando puedas, leé el cuaderno rojo. De a poco.

Son las 1:25 AM. Escribime cuando quieras.

por Adrián Fares

Pueden leer la traducción de este capítulo al inglés en la expansión de este blog: adrianfares.substack.com

#adrianGastonFares #DeltaDelTigre #literaturaArgentina #narrativa #novelaEnSegundaPersona #Psy7 #RealismoMágico #riviera #sectas #sociedadesSecretas #terrorPsicológico #thriller

x: umbrales portada novela serial de Adrián Fares Una joven con un cuaderno rojo escolar y una X tenebrosa escrito en la tapaImagen de X: Umbrales novela de Adrián Fares. Joven con cuaderno escolar con una X tenebrosa en una pasarela del Delta del Tigre
kabutops0939 at KillBaitkabutops0939@killbait.com
2025-09-28

La influencia y los abusos de los Legionarios de Cristo: ¿debe haber más control sobre las organizaciones religiosas?

El artículo reflexiona sobre la problemática de las organizaciones religiosas con antecedentes de abusos y corrupción, centrándose en el caso de los Legionarios de Cristo. La serie documental 'Marcial Maciel, el lobo de Dios' expone el poder de esta organización, conocida por sus horribles abusos se... [Ver más]

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A veces, la gente no entiende que las religiones no deberían ser parte del Estado, pero claro, al final son los mismos que se echan atrás cuando se menciona la separación real entre política y creencias. Es curioso cómo muchos se atreven a hablar de libertad cuando lo que hacen es querer imponer dog...

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STOP DISINFORMATION Desinformacióndisinformationstop.bsky.social@bsky.brid.gy
2025-09-18

Varios miembros de #CREA son profesores en Sociología, entre ellos la propia jefa del Departamento, #MartaSoler, que es actualmente la directora del grupo de investigación fundado por Flecha y que le ha defendido públicamente de las acusaciones. #Sectas en la universidad de Barcelona

Raúl Redondoraulredondo
2025-09-14

Entrevista a uno de los hijos de la secta Los Sanadores Egipcios. Nada nuevo bajo el sol: batiburrillo de espiritualidad, religión, new age y Egipto para acumular poder, dinero y mojar el churrito, a cambio de manipular y destrozar vida de personas. Lo bueno es que el líder acabó en la cárcel. Lo malo es que ya salió y ha vuelto a las andadas.

Lo interesante de la entrevista es la potente perspectiva del hijo youtu.be/a4ehPe3nLUQ?si=O3spvg

Raúl Redondoraulredondo
2025-09-05

Nueva temporada del documental Shiny Happy People en Prime. Esta vez enfocado en un culto evalengico religioso, que quiere crear un ejercicio cristiano adolescente para la guerra sagrada.

La última reflexión, del último capítulo es una realidad como un templo: no te duermas, no van a parar.

en.m.wikipedia.org/wiki/Shiny_

Gregorio Sánchezgregoriosanchez@masto.es
2025-08-20

"La Mesias": Esa serie que recomiendo, a pesar que no me ha gustado por habérmelo hecho pasar mal.
Magnífico trabajo con muchas mas capas a analizar de lo que parece. Un #guion complejo y valiente.
#Sectas #OpusDei #Religión #Fe #Serie

2025-08-19

🔥 ■ Va a la playa con una amiga y lo que se encuentran les deja impactados: muchos lo califican como "secta" ■ "Yo veo eso y me falta mar para nadar, roca para escalar y campo para correr".
huffingtonpost.es/virales/va-p

#virales #chile #playas #sectas #tiktok

Fragmento del vídeo de @exiqelkolor (@exiqelkolor)
Assemblea Sant BoiAssembleaStBoi
2025-08-14

Web de exmiembros del Opus Dei: opuslibros.org

9/9

2025-07-31

#Violaciones
#Sectas

La congregación acusada de abusos que se disolvió en Madrid y lideraba retiros espirituales era emblema del “catolicismo cool”

La decisión eclesiástica afecta de lleno a uno de los movimientos más populares entre católicos jóvenes de #España. Secretismo, emocionalidad y estética pop marcan una tendencia que crece con fuerza: la fe como experiencia vivencial.

eldiarioar.com/mundo/congregac

Raúl Redondoraulredondo
2025-07-18

¿Y si una persona cualquiera decidiera inventarse ser un maestro espiritual y grabará el proceso? De eso trata Kumaré (2011). Estaba en Netflix y Prime pero ahora solo he podido verlo en Stremio.

Edito: está subido entero a YouTube youtu.be/jcxLl6Ndr04?si=Mw7VV1

es.m.wikipedia.org/wiki/Kumar%

No Soy Originalluisbermejo
2025-07-09

Sectas Chic

Entre las numerosas sectas que han surgido, están presentes y surgirán en un futuro hay unas pocas a las que podría denominarse como “Sectas Chic”. Son las que más destacan, las que mas se nombran y las que permanecen en el tiempo. Hagamos un breve repaso de ellas.

spreaker.com/episode/sectas-ch

Sectas Chic

Entre las numerosas sectas que han surgido, están presentes y surgirán en un futuro hay unas pocas a las que podría denominarse como “Sectas Chic”. Son las que más destacan, las que mas se nombran y las que permanecen en el tiempo. Hagamos un breve repaso de ellas.

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#chic #cienciología #historia #iluminati #masones #modas #movimientos #rotarios #sectas #tendencias #podcast #NoSoyOriginal
No Soy Originalluisbermejo
2025-07-06

MISTERIOS DEL UNIVERSO | 06x45
Muchos son los misterios del universo. Cuando miramos al cielo nocturno a simple vista, vemos, aparte de nuestro satélite, un billón de puntos brillantes fijos,
luisbermejo.com/misterios-del-

MISTERIOS DEL UNIVERSO | 06x45
Muchos son los misterios del universo. Cuando miramos al cielo nocturno a simple vista, vemos, aparte de nuestro satélite, un billón de puntos brillantes fijos, otros parpadeantes e incluso si nos fijamos bien, diferentes colores. Podemos ampliar la visión con binoculares o telescopios más o menos potentes y hasta entrar en detalle con radio telescopios. Y es ahí, cuando miramos más de cerca y con más precisión cuando descubrimos los misterios del Universo.
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2025-06-13

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