RELATO “El Arrepentimiento del Afecto no Correspondido”
Era un joven veintinueve años, Marcos era, en sus propias palabras, “un ingenuo”, era tímido y apocado, esta pasando un mal momento personal, al borde de la depresión y el alcoholismo. Trabajaba en un despacho de abogados y entre expedientes y códigos, buscaba algo que le hiciera salir de este suplicio que se había convertido su vida, se fijó en Elvira. Tenían una edad similar y compartían el mismo espacio de trabajo, aunque eran mundos muy distintos.
Elvira era la imagen de la corrección profesional y social: siempre sonriente ante los clientes y los jefes, risueña en las reuniones de equipo, y muy amiga de un compañero y amigo mutuo, Carlos, con quien Marcos se llevaba muy bien, Carlos era un refugio en una realidad gris. Elvira tenía inclinaciones políticas marcadas, militando activamente en las juventudes de un partido conservador, un detalle que en su momento Marcos minimizó.
Marcos se enamoró de ella. No era un amor tormentoso, sino uno silencioso, lleno de admiración e idealización. Elvira no era cruel de forma abierta; nunca le gritó ni le insultó. Su forma de maltratarlo era mucho más sutil y, quizás por ello, más dolorosa: la indiferencia calculada.
Marcos intentaba que le hiciera caso, buscaba su aprobación, su mirada, un momento de conexión real. Pero ella lo hacía de lado sistemáticamente.
Un día, en un arrebato de romanticismo propio de quien no ha aprendido a proteger su corazón, Marcos le envió a Elvira un poema de amor que había escrito. Esperaba, quizás, un atisbo de emoción, un reconocimiento de sus sentimientos. La respuesta de Elvira fue una indiferencia gélida. Cuando le preguntó por el poema, ella respondió con un tono despectivo y superficial: “He flipado”.
Esa frase se le clavó a Marcos. Era un rechazo envuelto en apatía. Los días siguientes, el patrón se repitió: Elvira organizaba salidas a tomar algo con otros compañeros del despacho, incluyendo a Carlos, pero nunca le invitaba a él. Sonreía por fuera en esas reuniones, pero, como diría Marcos años después, “me ignoraba y despreciaba por dentro”.
Con el tiempo, Marcos comenzó a ver más allá de la sonrisa pública. Escuchó sus opiniones sobre la meritocracia, sus creencias de que los ricos de “cuna” eran más humildes que los “nuevos ricos”, un conjunto de ideas que revelaban una cierta rigidez y prejuicios de clase que le chirriaban profundamente. El ascensor social, pensaba Marcos desde su propia experiencia de vida, era una escalera muy empinada para la gente humilde.
Hoy, 20 años después, Marcos mira atrás sin rencor. El dolor se ha disipado, dejando paso a una claridad meridiana. La persona que era a los 29 años, más ingenuo y vulnerable, ha madurado ahora con 50 años.
Su único sentimiento persistente es el arrepentimiento, pero no por haber amado, sino por el objeto de su afecto. “Hoy en día”, reflexiona con una paz ganada a pulso, “esta persona no merecería mi atención ni un segundo. Me arrepiento de haber pensado en alguien que, con sus acciones y su forma de ser, no merecía la pena ni mi afecto”.












